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Hace unos días, tuve la enorme suerte de poder vivir una emocionante y gratificante experiencia en un país africano, concretamente en la República Democrática del Congo, un lugar lleno de contrastes muy llamativos. ¿Cómo se quedaría usted, por ejemplo, si cuando llega la tarde se ... va la luz y no vuelve hasta dos días después?, ¿o si viera transitar grandes coches de lujo entre montañas de basura?
África es un continente que despierta emociones intensas y que guarda secretos e imágenes imborrables. Durante mi estancia, corta, pero muy intensa, me he dado cuenta de que realmente nadie te puede llegar a hacer sentir algo como esto; uno mismo tiene que vivirlo y experimentarlo, para darse cuenta de lo afortunados que somos. Vivir en el Congo te hace reflexionar, pero también ser consciente y sentirte obligado a informar sobre las redes de solidaridad que podemos encontrar en ese gran continente. Personas que dan su vida cada día por los demás, que se ponen en el lugar del otro y ofrecen al que más lo necesita una palabra que les reconforta entre tanto sufrimiento. Personas que abandonan sus comodidades para entregarse a los demás, siempre con una sonrisa y una felicidad envidiables, que buscan el desarrollo y el bienestar de este gran, pero a veces tan olvidado territorio. He tenido la fortuna de conocer orfanatos, colegios, hospitales, centros de salud mental que son muestra de este espíritu solidario, movido en casi todos los casos por la Fe y la decisión de entregarse a los demás.
África me ha generado una necesidad de compartir con el mundo esta realidad y de transmitir el sentimiento de gratitud hacia todas aquellas personas que trabajan día a día por buscar una igualdad y unas condiciones de vida dignas para todo el que no las tiene. Y ser realmente consciente de que la verdadera riqueza está en cada uno de nosotros y en lo que podemos aportar al mundo con nuestros gestos en la sociedad y el entorno que nos rodea.
En África, cada día es un día para dar gracias. Miles de personas amanecen por las calles en un ambiente de pobreza, supervivencia, desigualdad social, enfermedades o atascos masivos, pero con una capacidad de resiliencia y unión que ojalá todos fuésemos capaces de imitar.
Esta experiencia me ha recordado que la luz de la solidaridad siempre brilla con fuerza donde hay oscuridad y donde más se necesita, y que una gran red de personas se convierten cada día en este gran continente en vitamina para otras.
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