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En las postrimerías del siglo XVIII Anne-Louise Germaine Necker, conocida como Madame Staël, escribía esta reflexión: «Habría que lamentar el descubrimiento de la imprenta, si esta es utilizada por el despotismo de la prensa y el ejército de periodistas es reclutado y pagado por ... el gobierno». Staël fue una mujer extraordinaria que se enfrentó a Napoleón y terminó en el exilio. Pensó, cuando las brasas de la revolución francesa estaban aun calientes, que la libertad de expresión era un elemento fundamental en la organización de una sociedad de ciudadanos libres. Escribió que el poder real del emperador no eran los cañones, sino su control sobre los periódicos.
Me viene a la mente esta cita, y la figura de su autora, a la vista del intento -confío que tan vano como dictatorial- de resucitar la censura a través de una ley redactada por el gobierno de España para «salvar» a los españoles de las mentiras y las noticias falsas. En el mismo propósito de esta ley subyace la idea que nuestros gobernantes tienen de nosotros: los españoles somos personas con poco discernimiento, una mixtura de ignorantes y gandules, que debemos ser protegidos de lo que se difunde en los periódicos, televisiones, redes sociales o radios. Menores de edad a los que quienes gobiernan les deben decir lo que pueden leer o lo que les debe ser ocultado... siempre por el bien de los ciudadanos. Quizás si se empleara el término súbditos, el texto legal resultaría más preciso.
Entender los fines que persigue esta ley, recuerdo como en el año 1967, en las madrugadas, un empleado de El Diario Montañés llevaba al censor las galeradas de las noticias que se iban a publicar, cuyo despacho estaba en la delegación del Ministerio de Información y Turismo, en la Plaza Porticada. Era una tarea tan rutinaria como fútil, porque el grueso de la información se recibía en la redacción debidamente filtrada por las agencias de noticias.
Tras la muerte de Franco y los primeros años de Transición hubo una etapa en la que la libertad de prensa fue absoluta. Luego, de manera lenta, apenas perceptible, se han limado las libertades. Revisar las hemerotecas de aquellos años de la «libertad sin ira» demuestra como de manera gradual se ha ido constriñendo la luz sobre los hechos, para que los españoles perciban solamente unas imágenes difuminadas, sin detalles.
Los gobernantes han sido elegidos para gestionar y para marcar líneas políticas, siempre al servicio de los ciudadanos y nunca para ocultar los hechos reales. Los periodistas deben contar lo que sucede, opinar e interpretar. La tarea de los informadores es controlar al gobierno, exponiendo lo que hace, y no lo contrario.
Es cierto que ahora proliferan las noticias falsas, pero para frenar los desmanes de los periodistas están las leyes, los tribunales y la educación. Muchos periodistas nos hemos sentado en el banquillo por denuncias de personas que se sintieron agredidas. Es más, la Federación de Asociaciones de Periodistas Españoles (FAPE) cuenta con un tribunal, a modo del defensor del lector, al que se puede recurrir ante cualquier presunta infracción del código ético de los profesionales de la comunicación.
En diferentes leyes, y en el código penal, existen las figuras delictivas que atañen a quienes vulneran la intimidad o en honor de las personas o de quienes propalan noticias falsas. Basta con aplicar la legislación. No es preciso desarrollar un ministerio de la verdad. La palabra verdad ha sido siempre manipulada. Recordemos como el gobierno de la Unión Soviética tituló 'Pravda' -La Verdad- al diario oficial que ocultó la realidad de la URSS durante más de setenta años.
La estrategia del poder frente a la información la explica bien Enrique Krauze al citar a Gustavo Madero: «Los diarios muerden la mano que les quita el bozal». Es cierto que el sueño de los dirigentes de acallar a los comunicadores es universal. Como también lo es que el periodista tiende siempre a escribir con libertad y que es precisamente esa libertad la que incomoda a los gobernantes. En las dictaduras, desde la de Franco a la de los hermanos Castro, no había información, solamente propaganda y las consignas del régimen.
La existencia de noticias falsas es una verdad indubitada, pero la forma de enfrentar ese problema no reside en una nueva forma de censura, sino en enseñar, desde la escuela, que la información debe obtenerse en medios de comunicación profesionales. Quienes confíen en las redes sociales estarán a merced de los manipuladores y tendrán menos oportunidades en la vida.
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