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El Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social ha cerrado sus cifras de empleo de 2018 y eso nos permite valorar el último cuatrienio de Cantabria en comparación con el conjunto de España. Tomando las medias anuales de afiliación en alta laboral, en este ... tiempo Cantabria ha sumado sólo un 0,82% del empleo generado por la recuperación en nuestro país. Ello a pesar de que tanto nuestra población como nuestro PIB están ligeramente por encima del 1% nacional. Quiere esto decir que hemos creado trabajo a un ritmo notoriamente inferior al que cabía esperar de nuestra dimensión. En otras palabras: que hemos fracasado en el aprovechamiento de cuatro años de progreso económico tras una crisis terrible. Mientras España ha creado en este periodo 2,2 millones de empleos (un +13,5%), Cantabria solo ha hecho brotar 18.200 (un +9,4%). De haber ido al son hispánico, hoy tendríamos 8.300 personas más con empleo y habríamos pasado ya holgadamente de 220.000, con lo que ello significaría de ingresos para los hogares, impuestos y cotizaciones generados, y gastos de consumo e inversión.
El hecho es que ni un solo mes desde 2014 nuestra comunidad ha sido capaz de seguir el ritmo interanual español de aumento de los puestos de trabajo. Ni un solo mes. El balance de estos cuatro años es un penoso 'cero coma'. No cabe desconocer la gravedad de esta dinámica, que no puede encubrirse demagógicamente con una tasa de paro que es reducida simplemente por el envejecimiento demográfico y la expulsión de jóvenes cualificados. No podemos tomar seriamente la Antártida como economía de pleno empleo. Hemos de tener en cuenta que este retraso permanente en la puesta en el propio nivel implica que los trabajadores cántabros somos una parte cada vez más pequeña del colectivo de trabajadores de España.
En cuatro años hemos pasado del 1,19% (más acorde con nuestro peso regional) a un 1,14% que no augura nada bueno. Los factores de esta falta de intensidad de empleo son sin duda diversos. En primer lugar, atestiguan la dificultad objetiva de cambiar el modelo productivo, y la insuficiencia de la demanda exterior que opera en favor de determinadas industrias y del turismo. E
n segundo lugar, la inconstancia y descoordinación de los esfuerzos de las administraciones en sus tres niveles, pero especialmente en la central y la autonómica. La de 2015-2019 es posiblemente la primera legislatura en este siglo en que la autonomía no puede presentar ni un solo gran proyecto propio ya avanzado o inaugurado. Se ha preferido dedicar dinero a un gasto corriente que es un pozo sin fondo, cercenando inversiones cada año. Eso no sale gratis en términos de empleo, ya se verá en términos de votos. Asimismo, Cantabria ha sido una de las regiones más damnificadas por el parón de inversiones estatales en 2010-2015. Llega a este 2019 sin tren de futuro ni con la meseta ni con Bilbao, sin autovía Aguilar-Burgos ni tercer carril a Vizcaya, sin obras significativas que mejoren la competitividad del puerto, y sin que acabe un programa de saneamientos de aguas residuales iniciado hace ya casi un cuarto de siglo. No hay coordinación en suelo industrial, o en suelo sin más.
El sector agrario es abandonado a las fieras de un mercado desprotegido. Y no cabe echar la culpa a que los políticos no tienen nivel. Ya objetaba Ortega y Gasset que ese no parece argumento válido, pues, ¿cuál es entonces el nivel del pueblo que tolera ser gobernado por tan torpes manos? El problema profundo que nos plantean los últimos años de Cantabria es si nosotros, los ciudadanos, estamos atinando en las decisiones que tomamos en la esfera pública. Podría resultar que fuésemos igual de malos que los políticos que denostamos, pero elegimos. El empleo no va bien y nos interpela, mas, ¿de verdad nos impresiona? Esperemos que la respuesta en 2019 sea, por una vez, afirmativa.
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Ana del Castillo
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