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La frase que encabeza este texto tiene más de dos mil años. La pronunciaron los soldados romanos cuando César planteó desafiar al senado y cruzar ... el río Rubicón. Desde entonces significa que una persona quiere ser el número uno, el líder, el que está por encima de los demás. Y Juan Hormaechea, fallecido el pasado día uno de diciembre, siempre fue un fiel exponente de esa máxima.
La figura política de Juan Hormaechea es absolutamente singular. Si habláramos de un deportista podríamos decir que batió todos los récords. Fue el primer presidente de Cantabria destituido por una moción de censura, el primero en ser condenado tres veces por los tribunales, el único que ha sido alcalde de Santander y presidente regional, quien creó en poco tiempo un nuevo partido hecho a su imagen y semejanza con el que regresó a Puertochico..., siempre diferente, siempre impar.
Juan Hormaechea ha dejado una huella profunda en nuestra región. Ejerció el poder de manera personalista. Sus concejales primero y sus consejeros más tarde fueron siempre un coro aplaudidor de las ideas del líder. Pero, sobre todo, fue un político de raza que supo que lo importante no residía tanto en los logros conseguidos, sino en llegar a la opinión pública a través de los medios de comunicación.
Precisamente su relación con los periodistas estuvo llena de enfrentamientos y choques frontales. No entendió que los medios de comunicación son independientes del gobierno y que son una tribuna abierta a opiniones diferentes y ofrecen a los lectores las declaraciones de políticos, profesionales, artistas, etc., que en ocasiones son críticas con los gobernantes de turno. Esa aversión hacia la información le llevó a enfrentamientos con los profesionales de la comunicación. Concretamente, El Diario Montañés fue uno de los medios objeto de sus ataques, a pesar de que siempre se reprodujeron con rigor y exactitud sus opiniones y declaraciones. Trató de forzar el relevo del entonces presidente ejecutivo de El Diario y el mío como director con presiones sobre los accionistas. Esa forma de entender el poder también le produjo desavenencias, no solamente con los políticos de la oposición, sino con los líderes de los partidos con los que se presentó a las elecciones, siempre como independiente.
Sus acciones de Gobierno, tanto en el ayuntamiento como en el gobierno, fueron siempre audaces. Hormaechea ha dejado su impronta precisamente por su fuerte personalidad. En una sociedad en la que una gran parte de la población tiene miedo a la libertad, la aparición de un conductor, de un macho alfa que marque el camino, fue un éxito. Su personalidad estaba fraguada entre el poeta que llevaba dentro -un libro de poemas de su juventud marca esa singladura-, el culturista que adoraba el cuerpo y el hombre de acción que deseaba realizar sus proyectos de manera casi instantánea, al que las leyes y los requisitos le estorbaban. Fue un líder indiscutible que logró el respaldo de una buena parte de los votantes de Cantabria, una comunidad que desde que mudó de provincia a región no ha hecho más que descender en el escalafón nacional de la renta per cápita y capacidad de desarrollo.
Sus aciertos y sus errores han sido expuestos con precisión en las páginas de El Diario Montañés durante esta semana. No es necesario repetir nada. Aquí trato de perfilar la personalidad de un político atípico, heterodoxo y singular. Hormaechea topó en el Gobierno con un sistema legal de controles y contrapesos que no encajaban en su forma de actuar. Su etapa como alcalde de Santander creo que fue para él la más feliz. Cuando llegó a la presidencia del Gobierno se encontró con el Parlamento, con la presión de todos los colectivos sociales y en una situación en la que el poder que tuvo como alcalde no era el mismo que como presidente autonómico.
Juan Hormaechea fue un hombre providencial, en el sentido de que llegó a la política cuando los cántabros necesitaban un pastor, un guía al que seguir. Una sociedad absorta en el marco incomparable de su paisaje, en la quietud de los cementerios, necesitaba un hombre fuerte que les condujese, sin importar el rumbo y mucho menos el destino. Si hubiera que señalar a un personaje internacional semejante a Hormaechea, ese sería Putin.
Juan Hormaechea deja tras de sí la estela de un político con ideas claras, con ocurrencias deslumbrantes y al mismo tiempo el rastro de un líder personalista, con rasgos populistas e insumiso a las leyes y las matemáticas. En su mandato generó una deuda que llegó a poner en peligro el mero funcionamiento del propio Gobierno.
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