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Quiero agradecer desde esta tribuna a los ciudadanos de Cantabria la oportunidad que me han dado de tener el honor de representarles en el Parlamento de Cantabria. A los que votaron al partido por el que me presenté y a los que no, a todos, ... porque he intentado desde mi perspectiva siempre defender los intereses de todos, el interés general.
Después del agradecimiento no puedo por menos que pedir disculpas por todo aquello en lo que los ciudadanos consideran que les he fallado. No trataré de justificarme ni valorar las razones que les han llevado a pensar así pero sí me gustaría introducir los matices que pudieran hacerles reconsiderar su opinión.
Creo pertenecer a una clase política que se acercó a la misma desde una auténtica vocación de servicio público, de lo de todos, defendiendo sus ideas con vehemencia pero con argumentos. Y, como yo, he de decir que conozco muchos políticos de todas las ideologías. Sin embargo también tengo que reconocer que efectivamente algunos han desprestigiado esta labor política hasta límites intolerables por los ciudadanos.
Hemos hecho desde el PP durante la pandemia una oposición responsable y en la mayor parte de las ocasiones mucho más noble de lo que la otra parte merecía. Siempre hemos buscado el servicio a Cantabria más que el personal o del partido. El precio que tuvimos que pagar fue de mucha recriminación de aquellos que pensaban que no habíamos hecho oposición en absoluto y también mucha descalificación de quienes en el Gobierno se han creído siempre en posesión de la verdad absoluta. Pero afortunadamente, la realidad tiene solo una lectura.
Para mí la política consiste fundamentalmente en la gestión responsable del disenso, de la diferencia ideológica, aunque siempre he tratado de buscar el consenso entendiéndole como el punto final (al que se puede llegar o no) pero que sólo alcanzamos cuando somos capaces de definir el espacio compartido, allí donde es posible unificar voluntades y reconocernos los unos a los otros.
En todo momento he considerado que por encima de las convicciones radica la capacidad de acordar. Para eso precisamente son los parlamentos. Lamentablemente, aquí en Cantabria ha sido extremadamente difícil porque algunos en el PSOE y el PRC sistemáticamente han rechazado, durante toda la legislatura, cualquier posición de acercamiento que no fuera sometimiento. En la práctica ha sido labor casi imposible que reconozcan al discrepante, que respeten a quien piensa distinto y que asuman que el fin no justifica los medios. Contemplándolos siempre me ha parecido preocupante percibir que son precisamente esos los que tienen enormes dificultades para distinguir entre lo que es poseer unas ideas o ser poseído por ellas. Y mira que ambos partidos tienen gente solvente y competente.
Por otra parte me considero capaz de discrepar con alguien y criticarlo sin dejar de valorarlo como persona. El debate parlamentario siempre lo he dirigido al personaje (nunca a la persona) a diferencia de otros. Demonizar a alguien porque ha dicho algo que no comparto (incluso si es un dislate) siempre lo he considerado el peor reflejo de la intolerancia. Porque creo que en el legítimo ámbito de la discusión política en el seno de una democracia caben todos los objetivos. Pero siempre con un a priori: el respeto al que piensa diferente. Lo contrario de eso es reducir el estatus de parlamentario al racio rango de mera mercancía de aparatos políticos.
Por otro lado considero que el Parlamento (al contrario de lo que lamentablemente ocurre) sería un buen lugar, el mejor lugar, para dejar de reducir todo a una absurda dicotomía: estás conmigo o contra mí. Que su mundo sea en blanco y negro no implica que el de los demás también lo sea. Pero he de reconocer que esta atmosfera contaminada de la política actual nos envuelve a todos y efectivamente yo también tengo mis sesgos, caigo en contradicciones y muchas veces incluso he podido llegar a hacer lo mismo que critico. Solo que intento no etiquetar a nadie y sobre todo no asumir según qué cosas. Porque en el mundo de la política española es constatable la constante perspicacia en detectar las contradicciones en los relatos de los otros (tan intensa como la negativa a reconocer las propias). O ese permanente intento por proteger narraciones hiperbólicas en las que, más tarde o temprano, acaban por florecer las inevitables grietas que hacen se conviertan en poderosas armas para la confrontación.
En estos mares no siempre calmados he intentado navegar estos cuatro años con la convicción de que Cantabria merecía que entregáramos lo mejor de nosotros mismos sin apriorismos ni obstinaciones estériles. La experiencia ha sido intensa y me llevo la convicción de que seguimos teniendo en la democracia (con todas sus imperfecciones) la mejor herramienta para el entendimiento mutuo.
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