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En el comienzo de los años 60, el comercio de Santander empieza a mostrar signos de prosperidad debido al crecimiento de una clase media que dispone de recursos para dedicar sus exiguos ahorros al consumo de todo tipo de bienes que en esa época se ... mostraban, mayormente de fabricación nacional. Las restricciones en la importación de productos del extranjero tenía como consecuencia que estos fueran difícilmente adquiribles tanto por su escasez como por el precio. El cine, especialmente el americano, se encargaba de promover un tipo de vida que fue la referencia para todo españolito que desease destacar en la vida social significándose con todo aquello que veía en las películas y marcaba tendencia.
Sería en 1958 cuando, viniendo de los barracones del Ayuntamiento, Francisco Gómez Gómez, ya por entonces casado con María del Carmen Lera (su apellido dio nombre a la tienda), se instala en un pequeño local al principio de la Cuesta del Hospital que antes ocupara la papelería Samperio.
Nacido en Huesca, Francisco se quedó huérfano siendo niño y después de muchas peripecias de la vida se formó como carabinero en Madrid y posteriormente fue destinado a Santander, donde comienza su andadura comercial con un agudo instinto fenicio.
Eran tiempos en que cada uno se buscaba la vida como podía y Francisco no era menos. Su condición de carabinero y buena relación con sus colegas (organizaba la comida de hermandad en La Bombilla y el Áncora) propiciaron las condiciones ideales para formar parte del 'sistema' que permitía vender de 'estrangis' todo aquello que se podía sacar sin levantar excesivas sospechas en los terrenos del puerto. El Covadonga, el Guadalupe, el Begoña, Monserrat, eran barcos que hacían la ruta con Estados Unidos y proveían de la mercancía tan deseada. Cuando las condiciones eran adecuadas, se sacaba el producto que luego te quitaban de las manos.
La tienda Lera mostraba un escaparate de souvenirs, discos, relojes... pero no eran éstos los artículos codiciados. Lo bueno estaba detrás de una misteriosa cortina que ocultaba el almacén de lo clandestino. Que si máquinas de afeitar Sichick, que si pinta labios de la marca Pink Rose y Camaleón, paraguas automáticos, cortaúñas, medias de nylon… pero, indudablemente, lo más preciado eran los vaqueros de la marca LEE. Tener unos LEE era lo más. No siempre los había, pero cuando se disponía de ellos los pillabas aunque no fueran de tu talla, que se calculaba con un cordel que el señor Francisco rodeaba a tu cintura por aquello del tallaje americano. Daba igual. Si te quedaban largos, dobladillos para arriba; si eran grandes, a lavarlos mucho, que algo encogían. Más tarde venía el largo proceso de la 'doma' de aquella tela dura como el esparto que garantizaba una depilación al 'roze pernil' pero que formaba parte del proceso de ser como un vaquero del far-west y presumir de ello.
En 1966 el negocio se amplía con la nueva tienda que abre en Rualasal 10, dedicada a discos e instrumentos musicales. Casi todos los grupos de la época adquirieron sus instrumentos con un sistema de 'renting' que, escrupulosamente, don Francisco apuntaba en una libreta. Más tarde inicia el negocio de las Pin-Ball y máquinas de discos que hábilmente distribuyó por todo Santander. Eran las '50 Selecciones'. Fue en un viaje a Madrid cuando conoce a los hermanos Franco, 'capos' de las tragaperras en España, que por su buena reputación le conceden la distribución de las máquinas en Santander. El negocio era muy próspero. Los duros caían en las cajas recaudatorias sin parar y el filón estaba abierto, tanto como que los competidores de Vizcaya quisieron controlar el asunto con intimidaciones, amenazas y jugosas comisiones que luego no cumplían. Al señor Francisco esto le superaba y entró en acción. Para poner orden, un tal José, el 'cara alegre', el cual conocía bien el lenguaje del mamporro y la insinuación de la retirada. Todos 'pillaban' porque había para todos.
La frenética actividad comercial le llevó a la venta de joyas en la tienda de la Cuesta del Hospital, siendo las púpilas de la calle San Pedro y alrededores sus mejores clientas. Los pagos eran 'a la fía' y nunca se dio el caso de ningún 'cañón'. Se cuenta que, en una ocasión, prestó dinero para pagar el recibo de la luz a una mujer del barrio conocida como 'María la Pelona', la cual, incluso sabiendo que el prestamista había fallecido, más que honradamente cumplió con el pago de la deuda.
Y, como toda historia de personajes singulares e intrépidos, tuvo también como protagonista a Francisco Gómez la noche del 14 de febrero de 1969 cuando la tienda Lera de la Cuesta del Hospital sufrió un robo nocturno de joyas y relojes valorado en 700.000 pesetas de la época. Al poco tiempo fue capturado en Sevilla el cabecilla de la banda, un tal, Jaime García de la Torre, alias 'El Perito', recuperando Francisco gran parte del botín. El delito tuvo tanta repercusión a nivel nacional que al poco tiempo llegó a Santander un equipo de rodaje del por entonces famoso programa de TVE 'Investigación en marcha' que dirigía Enrique Rubio y que concentró a numeroso público para contemplar cómo se recreaba el suceso, lluvia de manguera incluida.
Con 50 años, Francisco Gómez falleció dejando la interrogante de hasta donde hubiera podido llegar aquel hombre con tanta visión de los negocios. Sus hijos le perpetúan.
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