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Las dificultades que la invasión rusa de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia está encontrando para mantenerse en los territorios que han sido declarados parte de su Federación a través de referendos amañados por las armas hacen temer que la consiguiente frustración lleve al régimen de ... Vladímir Putin a emplear su fuerza nuclear. Pero ello no puede conducir a que Ucrania desista de recuperar las localidades y zonas ocupadas por el Kremlin, ni a que los países de la UE y de la OTAN eludan apoyar activamente el esfuerzo de Zelenski por devolver a las tropas rusas al otro lado de la frontera. Lo contrario sería tanto como admitir que el chantaje atómico ha surtido efecto solo con reiterar una amenaza genérica. Que no hay otra solución al problema que dejar ganar a Moscú.
Al inicio de la invasión, la superioridad militar rusa parecía tan absoluta que a Putin no le hacía falta insistir en ello porque el mundo temía poco menos que un desfile triunfal. Sin embargo, los hechos están demostrando que las cifras de dotación de armamento convencional, aviación, vehículos y batallones responden a una maquinaria de guerra anquilosada, ineficiente, que forma parte de la mentira en que se basa la autocracia que controla el país. La leva en que se ha convertido la movilización de reservistas lo refleja de manera descarnada. La sola hipótesis de que las cabezas nucleares y el personal a su cargo pudieran encontrarse en una situación análoga resulta aún más inquietante que el supuesto de que el botón infernal está a disposición del líder del Kremlin. Su doctrina nuclear es muy distinta a la de los países democráticos que poseen tales armas, puesto que para su empleo sería suficiente que la autocracia declarase en peligro la integridad territorial y la soberanía de Rusia. Teniendo en cuenta, además, que para los gobernantes rusos los límites de la patria van más allá de las lindes actuales de la Federación y que su existencia podría ser declarada en riesgo por Moscú debido a acontecimientos que nada tengan que ver con la incursión enemiga en su territorio.
Pero, precisamente porque Putin juega con reglas que solo él conoce y que cambia a placer, Ucrania y los aliados occidentales están obligados a reducirle en su poder y su margen de acción. Entre otras razones, porque la deseable salida dialogada a la crisis en todos los órdenes desencadenada por el régimen de Moscú requiere la previa asunción de reglas comunes bajo supervisión internacional.
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