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Siempre es especial escuchar a Fernando Savater y sus sensatas reflexiones. Leí hace días una entrevista suya que, quizá por el acierto del entrevistador y por la atmósfera que se intuía relajada, dio una lección de interpretación de la realidad, tan sencilla como ... acertada. Entre los diversos temas que abordó, aparecía un comentario personal sobre las columnas de opinión: lo primero que decía, una gran verdad, es que son un «material perecedero», y lo que se diga en ellas es pasajero.
Además, que se escriben siempre contra el poder, contra los chisgarabís (esto lo añado yo por aportar algo) que nos gobiernan. Así que ya saben, cuando me meto con el Gobierno es mi pluma cumpliendo objetivos y si además sé que ustedes se van a olvidar de inmediato de mis modestas aportaciones, dado su carácter perecedero o pasajero, me deja muy tranquilo al no ser capaz de producir ningún efecto colateral pernicioso.
Me siento tan purificado como un musulmán atravesando las tres puertas de la mezquita de Kairuán o de un cristiano, como es el caso, bañándose en el Jordán o la manera en la que me imagino al duque de Lerma vistiendo el capelo cardenalicio de la inmunidad ante Felipe lll. Ya puedo entonces decir claramente mis verdades, es decir, desnudarme sin que se aprecien mis vergüenzas.
Llevado por esa venia entonces, si me permiten, hoy voy a hablar de China y de algunas cosas de allí y de otras de aquí, con una visión un tanto diferente a los comentarios tan acertados e ilustrativos que por parte de especialistas se vierten habitualmente en esta sección.
China, como sabemos, entra a empujones en nuestras casas a través de objetos fabricados allí o de sus copias o de sus virus, con ese comunismo sui géneris que practican disfrazado convenientemente bajo un dragón rojo bailón. Con el dinerito, saben manejar muy bien los silencios interesados de Occidente y, si además se trata de un gobierno socialista-comunista como el nuestro el que tenga que manifestarse ante cualquiera de los desmanes que con tanta crudeza describen el artista Ai Weiwei, el político encarcelado Bao Tong o la activista Sophia Huang también encarcelada, que lo silencian cobardemente, miel sobre hojuelas.
Como se trata de una potencia económica de primera magnitud, a través de su «pasta gansa» acaba siendo influyente en los mercados y en las naciones y desde luego nos muestra al mundo cómo se puede vivir en la contradicción permanente.
Después de saber todo ello, o quizá por eso, hemos descubierto con alegría que la búsqueda de una libertad religiosa auténtica y de un equilibrio social allí es una de las buenas intenciones, ahora prioritarias, del papa Francisco, que ha elegido el sacrificio y la oración para lograr la intercesión del Señor y llevar a cabo una misión tan elevada.
En función de eso, hizo, suponemos, un sacrificio «por los chinitos». De esa forma ya he sido capaz de comprender cómo el Pontífice, castigándose duramente a sí mismo, pudo recibir a nuestra vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía social Yolanda Díaz -y no crean que no me costó tal reflexión-, pero de pronto, ¡tate!, se me iluminó una luz y debió de ser a una hora de luz barata porque se me iluminó muchísimo y fue cuando pude entender cómo el Santo Padre pudo ser capaz de recibir amigablemente a una señora abortista que busca márketing descarado con él, vicepresidenta de un gobierno que aprobó una ley de eutanasia y defensora a ultranza de modelos de familia muy alejados de los preceptos cristianos. «Por los chinitos» cualquier sacrificio es poco, dado que es un precepto misionero que los cristianos hacemos muy visible en el Domund y que sirve a los designios de la Igesia en su misión solidaria y evangelizadora.
Aunque también es bien cierto que el papa Francisco pidió perdón por los desastres de nuestra evangelización misionera y parece una contradicción, pero seguro que él conoce las razones íntimas que a nosotros se nos escapan, porque bien sabemos que se refería tan sólo a los acontecimientos del Descubrimiento por España, que parece que no fueron mucho de su agrado, como le sucede con algunas otras cosas nuestras, al manifestar públicamente la misma opinión que López-Obrador (AMLO), un presidente populista que alberga un notable resentimiento contra nuestro país desde nuestra nación hermana de México. Algo que resulta paradójico, por no decir miserable, tratándose de un descendiente directo de españoles, pero así de incomprensibles son las cosas de palacio que no sólo van despacio sino que parece que también van algo resentidillas.
Volviendo entonces al tema que nos ocupa: no se sabe de lo que se habló en la entrevista-sacrificio «por los chinitos» con la ministra porque la señora Díaz dijo algo así como que está sujeta al secreto de confesión, secreto que extendió también a los gastos del viaje de ella y de su séquito, que eso sí, sabemos que los pagamos los españoles aunque se desconozca la cantidad, que suponemos quedó entre los postulados de la atrición, el arrepentimiento, la penitencia consiguiente y el perdón.
Por último debo de confesar que me asalta una duda que procuraré desentrañar en los ambientes vaticanos lo antes posible por si ya fue contestada tras la visita: ¿Señora ministra, tendría usted una segunda cita con el Pontífice? Estaría bien saberlo.
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