Secciones
Servicios
Destacamos
Nos suelen resultar muy parecidos unos a otros cuando los vemos afanarse en sus tiendas o restaurantes, de la mañana a la noche, entre los pasillos de lineales atestados de productos o tras el mostrador, viendo series de televisión en su móvil o atendiendo a ... la clientela con un español muy básico. Pocas veces se les ve en ningún otro lugar que no sea su propio negocio. Si están en un bar (cuando el bar no es de su propiedad), casi siempre se ocupan en jugar, en un estado de máxima concentración, con la máquina tragaperras empleándose de manera metódica y absorta. Se calcula que suman 40 millones de personas en todo el mundo - la comunidad china en ultramar- y algo más de 220.000 en España. Allí donde residen componen un colectivo invisible, silencioso, laborioso y poco conflictivo que pasa completamente desapercibido.
El mismo mes en que yo aterricé por vez primera en China, una pareja de chinos abrió en Reinosa el primer 'hiper bazar' del que se tiene noticia en la zona. Su historia y la mía son muy diferentes, pero nos une el mismo afán: ellos y yo dejamos nuestro país para buscarnos la vida y aprovechar nuevas oportunidades al otro lado del mundo.
Yo me encontré, a mi llegada a Shanghai, una pista de aterrizaje bien alquitranada, una organización de envío y otra de acogida en destino, el amparo de la embajada de España aquí, una comunidad de españoles -escasa entonces, con apenas 500 residentes donde ahora ya somos aproximadamente 2.000 - y muchas oportunidades de trabajo por parte de empresas europeas reclutando profesionales para sus planes de expansión. Ellos, en cambio, sin apenas dominar el castellano y con el único apoyo de unos parientes residentes en Bilbao y Barcelona, arriesgaron sus ahorros y el dinero prestado por familia y amigos para sacar adelante uno de los negocios más antiguos del mundo: comprar barato para vender un poco menos barato y hacer negocio en la transacción. En todos los países del mundo, su modelo siempre es el mismo; en Malasia, en Colombia, en Rusia, en Reino Unido o en China, su propio país: tiendas céntricas, de barrio, con bastante tráfico peatonal, atestadas de productos fabricados en China, que abren antes que la mayoría de los comercios y cierran a última hora de la tarde, sin haber parado ni para comer. 7 días a la semana, 365 días al año. No es infrecuente que, como si de un barco pesquero se tratase, en el lugar de trabajo se coma, duerma y, en fin, se viva la mayor parte del tiempo. Casi siempre, los que reponen, limpian y atienden estos 'bazares chinos' son los propios dueños o sus familiares.
El 90% de esos chinos proceden de una misma comarca montañosa que se llama Qintian, cerca de la ciudad costera de Wenzhou, donde un pasado de larga tradición comercial y la ausencia de tierras cultivables empujó a cientos de miles de sus habitantes a emigrar. Así, animados por el 'efecto llamada', de clan en clan, han ido tejiendo una floreciente comunidad de comerciantes por todo el mundo. Sus historias son muy parecidas a las de los indianos que partían del norte de España a 'hacer las Américas' y, tras años de esfuerzos y sacrificios, amasaban una pequeña fortuna con la que regresar a sus pueblos y construirse una gran mansión con una palmera, símbolo de su éxito y su prosperidad. Llama la atención, de hecho, ver en las calles de Qintian (un pueblo grande en un entorno eminentemente rural) muchos coches de gama alta y grandes villas de estilo europeo.
Cada vez que entro en la tienda de 'el chino de la esquina' (en España o en cualquier otro país) me siento -literalmente- en China. Allí donde vive y trabaja, esta gente se lleva a China a sus espaldas generando esas burbujas y esos guetos 'chinos' de los que apenas salen. Siempre he opinado que a un chino le falta mucho más China, su comida, sus costumbres, el barullo chinesco y, en fin, su cultura mientras vive en el extranjero, que a un occidental lo suyo mientras vive en China.
Por eso siento respeto por esta gente, a menudo muy humilde, que se cruza el mundo para trabajar de sol a sol, entre extranjeros, durante décadas, para devolver el dinero prestado con el que comenzaron, enviar remesas a casa y medrar, poco a poco, sin concederse vacaciones ni apenas capricho alguno.
El chino de la esquina tiene un plan: trabajar duro, ahorrar dinero y jubilarse en China con la despensa llena. Pero el mundo ha cambiado mucho y hoy, probablemente, las oportunidades que se les ofrecen, como 'puentes' entre ambas culturas, a los hijos de aquellos emigrantes chinos en Occidente, son mayores en la patria de sus ancestros que en su patria adoptiva.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.