Secciones
Servicios
Destacamos
Como si de una novela en flash-back se tratara, esta crónica va a comenzar por el final. Las Conversaciones de Formentor son un singular evento literario, casi maratoniano, pues a las intervenciones de escritores y la entrega del prestigioso Premio Formentor de las Letras - ... más conocido en 'lengua franca' como «Prix Formentor»- este año se unía un Coloquio de Traductores, a escala europea. En total unos setenta participantes entre escritores, traductores, editores y periodistas, además de decenas de lectores que acudían como público y que vieron cómo se produjo, fuera de programa, una extensión inesperada de esta convocatoria que debía desarrollarse en Las Palmas de Gran Canaria entre el jueves 22 y el domingo 25 de octubre. Y es que en los programas de mano, como decíamos, no estaba incluida la intervención de Hermine, el ciclón tropical que no quiso perderse actos tan relevantes. Así que, con los aeropuertos cerrados a cal y canto, el evento se prolongó para algunos invitados dos y hasta tres jornadas más, condenados al lujo cinco estrellas del hotel más literario de la isla, el Santa Catalina.
Las Conversaciones se organizan cada año en torno a un eje temático, que suele apuntar a los más interesantes tópicos arquetipos literarios, desde el futuro de la novela hasta los bohemios o la narrativa fantástica. Quien se hubiera dado un garbeo por el Santa Catalina, pongamos que el viernes, bien podría haberse ido con la impresión de que esta edición estaba dedicada a los 'bon vivants'; sobre todo, después de haber visto a Manuel Vilas a lo Cheever. Esto es: emulando a 'El nadador' en las piscinas del hotel, bajo un sol radiante. Claro que si se hubiera dejado caer el lunes, con Use Lahoz o Jorge Carrión refugiados en sus habitaciones, aprovechando el inesperado retiro para dedicarse a la escritura, habrían creído que el asunto giraba en torno al enclaustramiento o, incluso, que se había prorrogado la temática de la pasada edición, cuando hablaron en Sevilla sobre náufragos y peregrinos.
Pero no: en esta ocasión, las coordenadas elegidas por Basilio Baltasar, director de la Fundación Formentor y organizador de los encuentros, apuntaba todavía más alto: «Sátiros, pícaros y mangantes» hacían de cabeza de un cartel dedicado a los «Grandes embusteros de la literatura», con otra estirpe más de propina: los bribones.
De todos ellos hablaron la treintena de escritores invitados, con un esquema sencillo pero muy eficaz: cada autor elige un libro, o un personaje, al que presenta desde su óptica particular. Algunos, con mucho riesgo, como Lucía Lijtmaer hablando sobre la 'Justine' de Sade, y otros apostando sobre seguro, como Laura Fernández con Ignatius Reilly. Una treintena de propuestas originales y seductoras, entre las que destacaría el retrato del joven aspirante a escritor de John Fante que propuso Juan Tallón y, sobre todo, el discurso de fuertes tintes autobiográficos de Gonzalo García-Pelayo, aunque no aclarase en cuál de todas las categorías caía. Sorprendió, además, que en estos tiempos multimedia la gran mayoría de autores limitasen su exposición a la palabra, salvo en el caso de Xavier Güell y Ana Merino, que sí aprovecharon otros recursos para tender puentes hacia la música y la novela gráfica.
Antes, la sala Palmeras se había convertido el jueves en una sucursal de la Torre de Babel, con traductores del alemán, el inglés, el francés, el holandés, el finlandés, el italiano y hasta el idioma de la discordia, el ruso, hasta confluir en una mesa redonda que buscaba 'La lingua franca de Europa'.
Claro que el plato fuerte sería la entrega del Prix Formentor, concedido a Liudmila Ulítskaya, que aprovechó la coyuntura para anunciar el inicio de la tercera guerra mundial y, de paso, advertir que no tiene ninguna gana de que terminen por darle ese Nobel para el que su nombre suena con más fuerza cada año. Tan huidiza como entrañable, la rusa tiró de paciencia para soportar la sobredosis de entrevistas con la mayor de las enterezas, y aceptó el galardón con un discurso que fue de menos a más: un clásico recuento de lecturas se convirtió de pronto en thriller apasionante, al recrear sus años de 'samizdat' -los libros prohibidos, copiados a máquina- y persecuciones de la KGB.
Otra lectura del encuentro tiene que ver con la política, que ya sabíamos de sobra por el general prusiano Von Clausewitz, que es «la continuación de la guerra por otros medios»; lo que ignorábamos era que la literatura también pudiera serlo. Eso, al menos, vino a demostrar el ucraniano, quien rechazó la invitación al Coloquio Europeo de Traductores como protesta por la presencia de traductores de Rusia -una sola, en realidad-, además de por la concesión del premio Formentor a una escritora rusa. Lo más paradójico del asunto es que Liudmila Ulítskaya no solo se ha mostrado diametralmente en contra de la invasión de Ucrania desde el minuto uno, sino que su protesta ha ido mucho más allá de la del traductor ucraniano: ella abandonó su casa en Moscú para refugiarse en Berlín.
Y así transcurrió el que tal vez sea el más elegante de los festivales literarios de nuestro país, un clásico de los años treinta, retomado en los cincuenta por Carlos Barral y otros intelectuales señeros del momento, y que fuera reinventado hace una década, pero manteniendo su espíritu cosmopolita y abierto al mundo. Y un poco transgresor, por qué no decirlo. Aunque esta vez pícaros, bribones, mangantes y embusteros se quedaran dentro de sus mundos de papel, no descartemos que se inscriban para participar en futuras ediciones.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.