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Mi sabia abuela tenía un dicho que durante muchos años me resultó enigmático: «Entre todos la mataron y ella sola se murió»; pero a medida que he venido a tener su misma edad me ha resultado transparente. La proverbial miopía que nos impide despejar la ... niebla que envuelve las consecuencias indeseables de nuestros actos a tiempo para evitarlas hace que caminemos ciegos hacia el abismo. Esta es para mí la mejor explicación de que queriendo todos -desde individuos hasta países- conseguir nuestros objetivos por medios pacíficos, se acabe recurriendo a la violencia cuando no se logra por las buenas.
El ejemplo más socorrido en los tiempos que corren es la Primera Guerra Mundial. Nadie quería la Gran Guerra, durante un siglo Europa había logrado ponerse de acuerdo -Congreso de Viena (1814-15)- para evitarla por medios pacíficos, y pensaban que también esta vez lograrían impedirla. Pero la resultante de la composición de sus actos de fuerza les llevó a precipitarse en el abismo; mataron la paz entre todos pero parecía que se hubiera muerto ella sola. Esa ceguera hace que la humanidad cumpla el destino fatal de terminar recurriendo a las guerras, en las que todas las partes alegan estar haciéndolo de forma defensiva. Se trata, pues, de una constante de las guerras; no solo de la I GM.
Debido a la citada miopía, nuestra capacidad de imaginar la realidad futura es francamente limitada. Por causa del ilusorio racionalismo que hoy preside todas nuestras cogitationes siempre nos desconcierta lo inesperado. Aún peor, cuando lo inesperado es una nueva guerra nos sumimos en la confusión, no damos crédito a lo que estamos viendo y nos dedicamos a entretener conjeturas -propias y extrañas-, que pronto se revelan insuficientes, cuando no radicalmente erradas a la hora de interpretar los acontecimientos. A la pregunta de «qué va a pasar» la mejor respuesta debiera ser: espera a que el inescrutable futuro se haga presente.
Lo único realmente útil es analizar el más reciente pasado por mor de entender qué lluvias trajeron estos lodos. Tarea nada fácil, pues uno se encuentra con múltiples interpretaciones que a menudo son contradictorias entre sí. En este sentido un servidor se ha permitido señalar lo siguiente: el desmembramiento del imperio soviético; la emergencia de China como gran potencia que aspira a instaurar un nuevo orden más acorde con sus intereses y los de sus socios en vías de desarrollo; la decadencia del imperio americano, arrastrando tras de sí a las demás democracias liberales de Occidente; el resurgir del nacionalismo como reacción a una globalización desmadrada; las guerras culturales entre un progresismo urbano y un conservadurismo provinciano, que habitan universos paralelos. Pues no, ni este listado ni las conclusiones que uno puede sacar sobre sus efectos en la realidad suscita un mínimo consenso en la opinión pública o publicada.
Veamos un par de ejemplos. Empezando por la globalización, frente a los que defendemos que en las últimas décadas el progreso material a escala mundial se debe en gran medida al proceso de globalización, hay una fuerte corriente de activistas que a derecha e izquierda -sectores ultra- fomentan la colérica indignación producida por las consecuencias indeseables del citado proceso. Enfrascados en una guerra civil fría, no pretenden corregir los excesos sino que apenas enmascaran una descarnada lucha, cuyo único objetivo es la agitación y la movilización general de la sociedad. El resultado más previsible es el reventamiento del sistema vigente: ¡qué se hunda el barco! Ya lo sacaremos a flote cuando ganemos.
Y siguiendo con la democracia; la disfuncionalidad de la democracia americana, que ha hecho eclosión con el trumpismo, le ha hecho mucho daño a la democracia liberal. Si a esto sumamos que durante el mismo periodo China ha probado que una nación fuerte, con un gobierno autoritario, puede progresar económica y tecnológicamente e incluso disputar la hegemonía mundial al país que la ha ejercido desde el final de la II Guerra Mundial, nos encontramos con que el mito liberal de un orden basado en el estado de derecho, la sociedad civil y la economía de mercado, ha sufrido un grave revés y el mito chino atrae a los países del hemisferio sur.
La consecuencia indeseable del gran desafecto entre el sector proletarizado de la clase media y entre los propios trabajadores, ha hecho resurgir con fuerza inusitada el sentimiento nacionalista. El mito del eterno progreso, una creencia occidental por antonomasia, ha reventado sus costuras; la conversión del paraíso prometido por las religiones monoteístas en un paraíso terrenal, ha mostrado al mundo sus vergüenzas. Eso no significa que el sistema liberal no puede prevalecer sobre el autoritarismo en última instancia.
En todo caso, nunca olvidemos que si la globalización llega a morir será de éxito; países antaño limitados por su propio fracaso, pueden ahora establecer prioridades geopolíticas. China, por ejemplo. ¿Quién dijo que la democracia es fácil?
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