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Este miércoles concluyó la EBAU y, al observar la angustia de estos preuniversitarios ante la prueba y sus vaivenes emocionales, compruebo con preocupación que los alumnos se muestran cada vez más frágiles ante cualquier situación donde tengan que salir de su zona de ... confort y dar lo mejor de sí. Y la culpa no es de ellos, es nuestra, por no enseñarles desde el principio a asumir las responsabilidades que les van correspondiendo y que la vida no es tan sencilla como se la hacemos.
Mi generación, esa que ya ha sido padre, les ido restando autonomía, inmiscuyéndose en su universo hasta hacerlos tan dependientes que son incapaces de tolerar un pequeño contratiempo en sus afortunadas existencias, impidiéndoles crecer realmente como individuos al darles un amparo constante y visible, que es la peor de las protecciones, como si quisiéramos ser sus ruedines toda la vida, haciendo que se desplacen, sí, pero sin posibilidad de avanzar, ni de hacer caballitos ni piruetas, sin verdaderos retos, sin conocer sus límites, porque, si no hay manera de caerse, no hay manera de poner sus habilidades a pleno rendimiento, si no hay caída, no hay cicatrización ni aprendizaje real, si todo es un por si acaso, su mundo se convierte en una pantomima incapaz de superar la más mínima situación de estrés.
Para que cobren conciencia del mundo, todos los años comienzo mis clases en bachillerato con 'El ciervo', un magnífico cuento escrito por el filósofo chino Chuang Tzu en el siglo IV a.C. en el que nos habla del peligro de enmascarar la verdad. En él, un cazador atrapaba a un cervatillo y lo llevaba a su casa. Allí, a golpe de látigo, obligaba a sus perros cazadores a jugar y a respetarlo, y estos, a pesar de que su naturaleza les instaba a comérselo, obedecían. Un día, el ciervo se escapaba y, al ver a una jauría, se acercaba despreocupado para jugar con ellos. Estos perros lo atacaban y se lo comían sin piedad, dejando al cervatillo completamente desconcertado.
Y es que tenemos que dejar de ser ese cazador y desistir de la idea de mostrarles una verdad que no se sostendrá cuando salgan de su atmósfera protectora y se den de bruces con un mundo que no sabe de cuentos chinos porque no llevan a ningún sitio, porque la vida es la que es, sin más, y no hacerles afrontar la realidad no la evita, porque esta existe a pesar de que no se les quiera revelar.
Si los padres no les enseñamos esto, seguirán viviendo en la inopia y, un buen día, el mundo los devorará y lo peor será que ellos jamás sabrán por qué.
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