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Pronunciar las palabras 'ruta de la seda' evoca inmediatamente lugares, épocas y personajes legendarios; son fuente inagotable de inspiración, épica y aventura. Cristóbal Colón descubrió América creyendo haber llegado a aquellas latitudes de dónde procedían las especias, la seda y la porcelana. Genovés de nacimiento ... zarpó, en realidad, buscando las riquezas de los legendarios reinos de Catay y Zipango -China y Japón modernos, respectivamente-, a los que se había referido doscientos años antes el veneciano Marco Polo.
En 2013, el presidente chino Xi JinPing sorprendió a propios y ajenos mencionando por vez primera el término 'YiDai YiLu' que, en chino, significa, literalmente, 'un cinturón, una senda'. Los chinos son muy aficionados a la cabalística y a expresarse en términos metafóricos con fórmulas retóricas y proclamas grandilocuentes de significado figurado, que suelen sembrar más preguntas que respuestas. Tras el título lírico, críptico y confuso de 'El cinturón y la senda' (ellos denominan 'cinturón' a una vía terrestre y, en cambio, llaman 'senda' a un corredor marino) se esconde el mayor plan de inversión infraestructural y desarrollo económico transcontinental de la historia de la Humanidad; un muy ambicioso megaproyecto que pretende reconectar a China con el mundo, tejiendo una red de corredores de transporte de hidrocarburos, personas, bienes y mercancías desde Asia hasta la península ibérica, pasando por toda Eurasia, atravesando el Ártico o alcanzando la costa oriental de África.
Tras una narrativa que anima a estrechar lazos de amistad entre sus socios comerciales seculares y a reactivar una región a menudo aparcada por la historia reciente, de borrosos límites y aún más borrosa identidad (Eurasia), lo que China plantea es una completa reestructuración del tablero geopolítico. La razón es sencilla: la riqueza actual y futura de China -y su estabilidad- depende del comercio. Este, a su vez, depende eminentemente de rutas comerciales marítimas que atraviesan puntos eternamente conflictivos (estrechos de Malaca, Ormuz o Suez, entre ellos). Pero, además, y de manera más decisiva, con sus 11 portaviones (frente a sólo dos portaaviones chinos), EE UU no tiene competencia como potencia aeronaval global y el dominio de los océanos deja a su entera merced que China pueda seguir aprovisionándose de recursos energéticos o materias primas y enviando sus productos manufacturados al resto del mundo.
El término con el que se ha popularizado este faraónico plan es OBOR (acrónimo de su nombre en inglés: 'One Belt, One Road'), pero yo prefiero el nombre con que se ha traducido al castellano 'la nueva Ruta de la Seda', pues realmente hereda el espíritu de aquel conjunto de rutas y corredores comerciales transitados por los viajeros y mercancías que, durante siglos, viajaban a Asia. En sentido estricto, no hay una única 'ruta de la seda', son muchos los itinerarios que, a lo largo de siglos, han conectado el continente asiático con Europa. Lo que pretende China rescatando este concepto es hacer un ejercicio de revisionismo histórico: conectar las necesidades actuales de un modelo económico agotado, en manos de una superpotencia menguante -los EE UU-, con un antiguo 'statu quo' donde China era la primera potencia mundial comerciando, a través de Eurasia, con los países de Occidente. Esta es una idea muy china y todo un marchamo de su estrategia geopolítica: emplear el pasado para explicar el presente y diseñar el futuro.
La envergadura del proyecto es, sencillamente, apoteósica: integra a 62 países, donde habitan dos terceras partes de la población planetaria y representan un tercio del PIB y del comercio mundiales. Sólo una nación como la china es capaz de acometer una empresa de estas dimensiones. Los chinos tienen algunas de las mayores obras infraestructurales de la historia antigua (el Gran Canal Imperial, con sus más de 1.700 kilómetros, o la red de construcciones defensivas que componen la Gran Muralla china a lo largo de más de 21.000 kilómetros), pero también de la historia reciente (la gigantesca presa de las Tres Gargantas o los 38.000 kilómetros de líneas ferroviarias de alta velocidad).
Un plan como el de la 'Nueva Ruta de la Seda' plantea tres exigencias que muy pocas (o ninguna otra) nación es capaz de acometer: en primer lugar, un músculo financiero colosal -el total de inversiones que engloba el plan suma algo más de 1.3 trillones de dólares, es decir, mil veces el PIB anual español-; en segundo lugar, un gobierno fuerte y estable, no dependiente de dinámicas electorales, con una población unida, una economía sólida y medios de control total sobre ambas, así como una visión largoplacista de la historia y de su propio destino. Y, por último, la voluntad firme y decidida de 'venderle' el proyecto a todos los países 'euroasiáticos', pues de su crecimiento y estabilidad económica depende la riqueza china futura. En Europa, la idea de Eurasia da miedo. En Asia, la aplauden.
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