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España padece, desde hace años, una crisis económica que se percibe con claridad, tanto si se acude a las cifras globales como si se desciende a los detalles. El nivel de paro oficial está muy por encima de la media europea, el endeudamiento ha crecido ... hasta niveles insostenibles, el emprendimiento está lastrado por innumerables requisitos y la burocracia tiene una voracidad esterilizante. En ese contexto la situación internacional devino en estado de emergencia, por la crisis de la pandemia del covid-19 y la UE decidió comprar deuda pública y permitir que se rebasasen los límites de endeudamiento. Estas medidas han generado una burbuja en la que quedó opacada la verdadera situación de un sistema económico claramente ineficiente.
El ataque de Rusia a Ucrania ha sido la gota que colmó el vaso de la crisis económica de un país que ya estaba al borde de la quiebra y que, paradójicamente, ha encontrado en esa invasión criminal una cortina para ocultar las causas profundas que lastran la economía nacional y achacar todos los males, primero al covid-19 y ahora a la agresión rusa a Ucrania.
Esta semana, el gobierno ha adoptado una serie de medidas urgentes para contener, al menos parcialmente, el incremento desorbitado del precio de la energía eléctrica y los carburantes. Los precios de los derivados del petróleo habían subido el precio de manera muy importante antes de la guerra de Ucrania y por ello el alza producida por el conflicto ha alcanzado unas cotas inasumibles. El precio de la energía eléctrica había experimentado un alza desmesurada muchas semanas antes de la invasión y el gas estaba en la misma situación. Es necesario reflexionar en profundidad sobre el problema de la energía y hacerlo con la vista puesto más allá de esta coyuntura. El diagnóstico es evidente: España carece de las fuentes de energía para atender la demanda y por ello el conjunto de la economía depende de factores externos, de los avatares que suceden en otros países.
La solución para este problema no reside en hacer juegos con el cálculo de la formación de la tarifa eléctrica, ni en subvencionar el precio de los combustibles líquidos. Si de verdad se desea asentar una base sólida para el futuro es preciso actuar en la raíz del problema: la carencia de fuentes de energía propia que rebajen de manera sustancial la dependencia de la compra de gas, de petróleo y de electricidad. España precisa una cirugía que restaure las fuentes de energía propias. No debemos olvidar que durante los últimos años España ha optado por actuar en sentido contrario a este planteamiento: Se ha reducido, casi a cero, la extracción de carbón; se ha programado el cierre de las pocas centrales nucleares existentes; el desarrollo de las energías verdes es lento y tropieza con mucha oposición. Basta el ejemplo de Cantabria, una región en la que las protestas, contra nuevos parques eólicos, es constante y transversal, ya que todos los partidos se oponen cuando se trata de construir aerogeneradores en su territorio.
España en general, y Cantabria en particular, presentan índices claros de poseer importantes bolsas de esquistos de los que extraer gas y petróleo, pero tanto el parlamento español, como el cántabro, impiden no ya la explotación de esos recursos, sino la simple exploración para conocer el alcance de las reservas y su posible rentabilidad. Y esto por no hablar del hecho de que en las últimas décadas no se ha construido un solo pantano, infraestructuras que permiten regular lo cauces fluviales y generar energía eléctrica sin emitir gases y además con la capacidad de producir de forma instantánea cuando el resto de fuentes no aportan caudal eléctrico suficiente para atender la demanda.
Respecto a las centrales nucleares el sólo hecho de nombrarlas produce un rechazo universal a pesar de que en Europa occidental no se ha producido ningún accidente de consideración durante décadas. En Cantabria se desarrolló un movimiento ciudadano contra el proyecto de construir una central nuclear en Santillán, cerca de San Vicente de la Barquera, que cercenó toda posibilidad de tener una planta capaz de producir electricidad a precio bajo.
Ahora, con unos precios inasumibles para la electricidad, es el momento oportuno para revisar los perjuicios contra fuentes de energía que nos independicen del gas ruso o norteamericano y del petróleo saudí o venezolano. Es el momento de explicar, con claridad, que las energías verdes son mejores, pero que también resultan más caras y que afectan al paisaje, las aves y la fauna. Lo que resulta imposible y engañoso es querer energías limpias sin admitir su coste.
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