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La Administración española se agarra a un enlucido. Por tradición, es lo que mejor se le da: escaquearse de rendir servicio público así que puede. Lo último que la elefantiásica Administración española (q. D. g.) se ha sacado de la manga para jeringar al ... sufrido personal es lo de la cita previa. Mal endémico del que, de momento, sólo se salva el Gobierno de Cantabria. En cuyo buen crédito (Peñaherbosa es un oasis) hay que sentar el beneficio de mantener operativo el Registro público de documentos. ¡Bien por el Gobierno de Cantabria! ¡Y mal por las delegaciones provinciales del Estado!
En la Delegación de Defensa tardan dos meses largos en facilitar el certificado del servicio militar que nos obligaron a cumplir cuando era obligado. Y aún hay quien piensa que Gila exageraba la nota con sus chistes de humor negro, pidiendo al enemigo que dejaran de tirar balas porque el general estaba durmiendo la siesta o preparándose un te. En las oficinas del INSS, pierde el tiempo quien trata de hacer una gestión sin mostrar al agente de seguridad el número que le faculta la entrada. Eso sí, para dos asuntos máximo. Que tres son muchos. Y a quien no exhibe a la entrada la papela de la cita previa le recuerdan lo de Larra: «Vuelva usted mañana».
Y en la Delegación de Hacienda, ídem de lienzo. Obligado es obtener cita previa por internet, medio que presumen que todo el mundo tiene y domina. Muy cumplidos ellos, eso sí, ofrecen como alternativa la posibilidad de llamar a un número de teléfono que empieza por 901. Con una advertencia muy de agradecer: «Para conocer las tarifas de llamadas, consulte con su operador de telefonía». De momento, para lo que aún no exigen cita previa es para morirse.
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