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La Ciudad del Cine, que un día se prometió como panacea de desarrollo de Cantabria en las antiguas canteras de Solvay en Cuchía, ha vuelto a ser noticia por una sentencia desfavorable a uno de sus promotores. Casi al mismo tiempo, estaba uno leyendo ... las series trimestrales de las economías regionales desde el año 2000, que la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef) ofrece en internet. En esas tablas se observa claramente que el volumen de la producción cántabra durante dos décadas ha avanzado en su conjunto algo menos de 18 puntos, mientras que en España ha subido más de 27 puntos. Y lo que nos queda.
Una y otra cosa parecen relacionadas. Cantabria evoluciona bastante peor en el largo plazo porque se deja seducir por fantasmagóricas 'ciudades del cine'. Acaba siendo una región que ve demasiadas películas y/o donde predomina una cultura política para galgos que deben correr tras la liebre mecánica de turno, que corre mucho pero no es una verdadera liebre. Una reflexión que hemos de hacernos en la efeméride de los cuarenta años de autonomía versa sobre el mal resultado que nos vienen dando estas apuestas cinegéticas y cinematográficas. Pues, incluso en el caso de que alguna resultara factible (de momento, nuestro porcentaje de acierto nos dejaría fuera de una alineación de baloncesto), su impacto sobre el desarrollo de Cantabria no bastaría por sí mismo para cambiar el rumbo general.
La nonata Ciudad del Cine no ha sido, por desgracia, una excepción en esta colección de liebres de Durero. Ya en los años del desarrollismo se hablaba del túnel y variante del Escudo; esto se repitió en época autonómica de nuevo, así como otro de Campoo a Liébana. La fértil imaginación política nos indujo a creer en un emporio educativo-cultural en Comillas, en un montón de centrales eléctricas de ciclo combinado, en nuevas vidas mineras, en autopistas ibéricas y en al menos tres AVE (uno del Cantábrico, otro Mediterráneo-Cantábrico y otro Meseta-Cantábrico). La lista de 'game-changers' es larga y muchos de ustedes la rememoran con facilidad: determinadas fábricas, sean de fibroyeso o de baterías; planes eólicos que el viento siempre se lleva; comunicaciones o zonas industriales que llenan más metros en las páginas de los diarios que sobre el terreno de la región; o portentos urbanos como La Remonta o, ahora, la Residencia Cantabria.
Es posible que esta obsesión por sacar liebres de la chistera se deba a cierta conciencia culpable por la carencia de un verdadero plan de desarrollo para Cantabria. Incluso cuando a veces se presenta algún plan, se le quiere poner el disfraz de objeto mágico, en vez de simplemente presentarlo como una herramienta de trabajo. Si no hay plan, necesitamos la liebre; y si hay plan, procura que parezca una liebre. Así que no solo ha habido una ciudad del cine, sino que la opinión autonómica gira constantemente sobre ciudades del cine.
Lo mismo que una familia no puede hacer su presupuesto contando con que le va a tocar la Primitiva, ni una empresa el suyo contando con que le va a salir un megacliente del Ibex-35, tampoco una región puede trazar su porvenir apostando a una o dos ideas espectaculares. Nada puede sustituir a una programación articulada de la estrategia de especialización relativa de una comunidad. Seguramente resultará más abstracto o aburrido; sin embargo, es lo único que funciona. El control de coagulación sanguínea es un rollo, pero salva vidas todos los días.
Husmeando en la rica hemeroteca digital de El Diario Montañés, caí el otro día en las crónicas de principios de los años 70 en que el llamado Consejo Económico Sindical Provincial, órgano del anterior régimen, reunía a numerosos agentes económicos e institucionales para plantear las peticiones de Cantabria ante el plan nacional de desarrollo que lideraba el ínclito López Rodó. Es curioso observar que, en aquella sociedad sin verdaderas libertades ni tantos resortes de información como hoy existen, eran capaces de identificar objetivos sectoriales, que iban desde la industria y las comunicaciones hasta la ganadería y la educación. Aquel marcado provincialismo montañés, en que latía un agudo sentimiento de agravio comparativo del que, al poco, nacería el impulso regional cántabro, ofrecía una visión sistemática (asaz enciclopédica, para decirlo todo) que no siempre se ha perfeccionado después. Acaba de reconstituirse al cabo de largos años el Consejo Económico y Social y ya veremos si corregimos esa frecuente desatención a las necesidades de debates informados. Y dejemos que las liebres corran por el mar, como las sardinas por el monte.
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