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In necesariis unitas, in dubiis libertas, in ómnibus caritas] (Agustín de Hipona). Han pasado ya diez semanas desde que un lejano 14 de marzo se proclamó por primera vez un estado de alarma que aún no hemos abandonado a pesar de cuantas reticencias han surgido ... con el paso del tiempo sin poder recuperar esa «libertas» que, en la duda, preconizaba el padre de la Iglesia que abre esta reflexión.
Las redes sociales y medios de comunicación se han llenado de opiniones sobre nuestras viviendas y ciudades en su comportamiento, por un lado, ante la pandemia sanitaria y, por otro lado, ante el confinamiento doméstico posterior del que, paulatinamente, va produciéndose el proceso de salida. Dejando para otro momento la parte relativa a las viviendas, a su tamaño, distribución y orientación, a su carácter unifamiliar o colectivo, a la existencia o no de jardín, balcón o terraza, y a otros factores que pueden influir en un mayor y mejor beneficio casero en otra posible etapa de reclusión domiciliaria, este artículo pretende abordar la segunda parte del discurso, la que afecta exclusivamente a la ciudad y a sus espacios públicos, a su movilidad peatonal, a su disponibilidad de espacios verdes para el ciudadano y a la necesidad de recorridos adecuados para deportistas (corredores, ciclistas y patinadores).
Acaso sea posible, incluso, que este empeño requiera varias intervenciones. «In necesariis unitas» decía San Agustín, y yo me atrevería a añadir que, también, «in necesariis veritas». Las situaciones que concitan unidad ante un escenario de necesidad requieren también, sin duda, que la verdad sea la luz que ilumine el discurso de esa unidad pues, en caso contrario, reclamar unidad no sería sino un argumento falso y mendaz para conseguir un apoyo manipulado y solamente instrumental. Viene esto a cuento porque, más allá de la «unitas» que la sociedad ha mostrado, incluso a ciegas, ante los modos de reocupación del espacio público, es bastante dudoso y difícil de explicar el argumento que ha hecho que, sin una explicación coherente, se disponga, en el caso del municipio santanderino, que el 72% de su población empadronada (más de 132.000 personas) deba compartir el disfrute del espacio público en una franja horaria muy reducida (apenas cuatro horas reales). Y eso junto a todos los deportistas (los de antes y los nuevos). Por otro lado, lo que queda del día, diez horas, se reservan para el resto de la población, el 28% (casi 52.000 personas), si bien el reparto de la estancia en la calle no está ajustado tampoco al tamaño de los grupos de edad. Si el argumento ha sido el de lo inversamente proporcional, las matemáticas habrán podido asistir a quien lo pensó, pero ciertamente no la comprensión y la inteligencia del proceso y de su más adecuada distribución temporal. Es por ello que hace falta recurrir a la «veritas» para explicar ciertas cuestiones porque, siendo cierto que Santander y otras ciudades se han comportado mal en el primer momento, no lo han hecho sino al verse forzadas a una utilización obligada y espuria de su espacio público, abarrotado y torturado por una desafortunada y absurda decisión, como fue la de promover su ocupación desordenada por una población que estaba dispuesta a echarse a la calle en el primer momento en que le fuera permitido, y ello de forma inmediata y convencida.
Si la falta de racionalidad es el criterio, la ciudad lo sufrirá y, evidentemente, lo trasladará de forma abierta a sus ocupantes. La respuesta, sin embargo, fue rápida y efectiva y se abrieron al uso de los peatones espacios públicos que tan solo en acontecimientos deportivos o festivos habían estado cerrados al tráfico de vehículos. Esa ampliación del ámbito posible para el caminante o el deportista, ha producido, además, un resultado tan bien aceptado y valorado que la ciudadanía espera ahora que esa práctica se mantenga no solo como experimento obligado en este momento de alarma sanitaria, sino como modelo de ciudad en lo que al espacio público se refiere. Santander debe aumentar sus espacios aptos para el viandante. La ciudad debe devolver la prioridad al espacio peatonal frente al ingente consumo de suelo por parte de los vehículos. Por poner un ejemplo, en el paseo de Reina Victoria, sin considerar sus ensanchamientos ajardinados, tan solo el 28% de su anchura es ocupado por el peatón, frente a una media del 67% que ocupan los vehículos (el resto son las zonas con árboles).
Tras la aceptación unánime del actual intercambio en el uso de espacios representativos de la ciudad entre coches y peatones, el modelo urbanístico que pretende devolver al peatón una parte del espacio cívico que ahora ocupa el automóvil estará presente en la filosofía del nuevo Plan General de Santander (su PGS), habiendo encontrado ahora refuerzo y consistencia en la visualización práctica de esta evidencia social sobre la que también la próxima consulta pública ciudadana habrá de manifestarse. Será necesario, pues, un esfuerzo para repensar esa gran reserva de suelo con que cuenta la ciudad en las calzadas de muchas de sus calles de forma que los ciudadanos, además de disponer de nuevos lugares para estacionar, aumenten de forma notable el espacio posible para poder disfrutar a pie de la ciudad donde viven, trabajan y desarrollan su ocio, sus relaciones personales y sociales, y también su descanso.
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