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«La ciudad que más quería
la he perdido en una» hoguera.
No era una hoguera de pie,
era una hoguera acostada,
lamiendo furiosa -el fuelle
la tumbaba, retorcía-
lamiendo, mordiendo loca
los pies, el vientre, los hombros
de mi ciudad, de mi hembra.
Y ... la perdí en una noche
A la luz de las cenizas
contemplaba mis escombros.
Por el aire unas pavesas
llovían, lloraban cartas,
retratos, memoria, sueños.
Estos versos, que desconocía, son el inició de un poema de Gerardo Diego que se publicó en el número 21-22 de 'La isla de los ratones', en 1953. Me he encontrado con él, buscando otro tema, en la edición que Manuel Arce, en 2006, preparó para Visor; y su lectura me provocó, de inmediato, el recuerdo de la noche del 15 de febrero vivida dramáticamente junto a mi abuelo Valeriano. El poema era uno de los contenido en 'Amor Solo' que había obtenido el Premio de Poesía Castellana Ciudad de Barcelona 1952, obra publicada en 1958 por Espasa-Calpe.
Mis abuelos vivían en la calle San Fernando, en su parte alta, en la zona entonces verde. Entre la finca de Luis Martínez y la casa de mi abuelo se abría una calle no urbanizada, no apta para el tráfico que, estrechándose entre chalets y casas familiares, acababa en San Andrés y la finca de Rebolledo. Una vez urbanizada la zona actual, la calle Alonso.
El sábado 15 de febrero de 1941 desde las seis de la tarde ya no circulaban tranvías. Desde las nueve de la noche la ciudad estaba en tinieblas. Hacia las diez a la tempestad se sumó la tragedia impresionante del fuego. En San Fernando, desde donde no podíamos ver el detalle del incendio, detrás de la cristalera de una larga galería, que no calmaba, pues aguantaba como podía las embestidas del vendaval, pasamos la noche contemplando el enrojecido cielo del infierno. El abuelo tenía dos comercios de droguería y perfumería, uno de ellos en la calle de Puerta de la Sierra, que ya conocía que había sido afectado. Yo tenía 9 años, no recuerdo mucho de lo ocurrido en los días claves y aunque posteriormente paseaba la ciudad asolada pues cada día, hasta 1949, la atravesé para ir al instituto Santa Clara, no distingo si mis conocimientos, mis recuerdos, nacen de lo vivido o fueron adquiridos en la lectura de tanto como se ha escrito en prensa y libros sobre el incendio o de la información de la enorme cantidad de documentación gráfica conservada por profesionales, instituciones, particulares, la mayor parte publicadas en prensa y libros.
Por ello, este artículo nacido del provocado recuerdo de mi abuelo, es un homenaje a los que en su día fueron testigos y nos legaron su testimonio, representados en un periodista: Santiago Toca y en el fotógrafo de prensa: Samot.
Santiago Toca publicó en 'Alerta' unas detalladísimas crónicas sobre el paso a paso del incendio, crónicas recogidas más tarde en un pequeño libro, con prólogo de 'Pick', que tituló 'Santander en llamas', obra que ha servido de referencia básica en cuantos trabajos se han realizado posteriormente sobre la catástrofe y donde también se da cuenta del inicio de la aportación gráfica de Samot: «Los comerciantes afanosamente tratan de echar mercaderías a la calle. Pero en realidad no se logra poco salvando las vidas que no para más concede tregua la invasión destructora. Muy pocos consiguen salvar aquello que para proseguir su vida comercial puede ser guión futuro: los libros de contabilidad. Samot, informador gráfico de 'Alerta' y de las revistas ilustradas de España (…) tiene el estoicismo de recoger el de su propia desventura, y en el momento en que cae calcinada su tienda, a través de las lágrimas se asoma al visor de la máquina y con pulso sereno obtiene la fotografía del negocio que agoniza entre imponentes llamaradas. Es la foto que horas después publica 'Abc', en su portada, como primera información de nuestra catástrofe. Samot empieza a trabajar».
No recuerdo haber visto lágrimas en el rostro del abuelo, quizás porque después de haber sufrido la muerte de dos hijos en la guerra incivil no le quedaban lágrimas que llorar, quizás porque cuando conoció que no había daños personales, lo que dio fueron gracias. Santiago Toca en una de las últimas crónicas ofrece la relación, calle por calle, de todos los comercios dagnificados. Pasan desde luego del medio millar, escribe, sin contar los que ejercían profesiones liberales, aunque indica que veintiuno médicos perdieron sus clínicas. En la relación de la calle Puerta de la Sierra se lee: Valeriano Alonso García (Droguería).
«Dijérase que el Ángel exterminador cabalgando sobre el enfurecido huracán, vino con su espada de fuego a incendiar y convertir en pavesas nuestra hermosa ciudad. Silbaban los vientos, bramaba el ciclón, crujían los edificios, desplomábanse tejados y volaban puertas y ventanas, agitábase el mar, levantábanse las olas, rotas las cadenas de las áncoras bamboleándose en imponen te vaivenes los barcos de la bahía, y luego… el fuego: el fuego que prende y cunde y se desparrama por una y otra calle, devorando lo mismo la buhardilla del pobre que la mansión del potentado, lo mismo el taller del menestral que el despacho del hombre de negocios». El comienzo de la alocución pastoral del obispo don José Eguino y Trecu tenía ecos de catástrofe bíblica.
Aún era de noche cuando el abuelo me dijo: Acompáñame a la primera misa en los Agustinos, entonces en la Calle Alcázar de Toledo, quiero dar gracias y pedir. No recuerdo si llegamos a tiempo o si había o no mucha gente a la temprana hora, lo que recuerdo es lo que nos costó recorrer el camino. Cruzamos a la Alameda para evitar los tejados de San Fernando, pero también la Alameda, nuestro espacio de libertad, el escenario de nuestros juegos, era escenario del ciclón. Toca lo describe: «Los corpulentos árboles de la Alameda de Oviedo, viejos troncos bajo cuyas copas ha desfilado un siglo de vida santanderina, van cediendo a la violencia del huracán. En su caída parecen gigantes batidos por una ametralladora invisible. Consigo arrastran las instalaciones del alumbrado de la Alameda y de la calle San Fernando y los postes y cables del tranvía. Los troncos ocupan todo el ancho de la calle, alcanzando sus quimas las fachadas cercanas…».
Vuelvo al poema. La edición de 'Amor Solo', en Espasa Calpe, se abre, a modo de lema, con unos versos tomados de otro libro de Gerardo Diego: 'Canción para Violante'.
Me estás enseñando a amar
yo no sabía
Amar es no pedir, es dar
Mi alma, vacía
Creo, tomando como referencia la actitud de mi abuelo, y el esfuerzo que todos pusieron hasta conseguir que la ciudad renaciera desde sus propias cenizas, que he sido testigo de un hermoso ejemplo de lo que es amar.
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