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Mucho se ha escrito estos días sobre la magnífica serie italiana 'Exterior Noche', dirigida por Marco Bellocchio (y disponible en Filmin), que se atreve a diseccionar el caso Aldo Moro; esto es, la gran crisis política y terrorista que tuvo su clímax en el ... secuestro y asesinato, en 1978, del presidente de la Democracia Cristiana a manos de las Brigadas Rojas. Con rigurosa complejidad, la obra de Bellocchio explora los quehaceres de las fuerzas vivas durante aquellos días terribles. La fragilidad de la moral frente a la razón de Estado y a los intereses más inconfesables de los compañeros y, evidentemente, rivales de Moro; la débil tentativa de liberación por parte de Pablo VI (amigo personal de la víctima y aquejado de una enfermedad fatal). Todo ello con la influencia latente, y más o menos explícita, de Estados Unidos y la amenaza del bloque soviético.
'Exterior Noche' es, pese a su ambiciosa propuesta narrativa, una serie pequeña y sutil que refleja el fenómeno terrorista en las distancias cortas. Los personajes, como corresponde al cliché italiano (que nadie se ofenda), hablan mucho. Los políticos (Andreotti, Cossiga...) hablan, a menudo, para decir lo contrario de lo que piensan y para apuntalar un poder que los sostiene y, a la vez, los consume. Respetan a Moro, pero el estado no debe rendirse y, además, con el líder fuera de juego, corre el escalafón. Son animales políticos, aunque su vida privada se desmorone y sus escrúpulos los atenacen.
Como era previsible, los terroristas se mueven en la dimensión trágica. La brigadista Adriana Faranda (brillantemente encarnada por Daniela Marra), que participó en el secuestro de Aldo Moro, representa la mala decisión; la mujer que abandona a su hija para entregarse a una escalada de revolución sin promesa de éxito. El resto de los camaradas, sin embargo, parecen asumir su particular realpolitik; es decir, el rechazo consciente y voluntario de la moral como núcleo de una existencia verdaderamente humana. Para ellos, la acción es lo más importante y, por supuesto, las consecuencias políticas inmediatas son las que deben analizarse con esmero sin atender al dolor causado o a los sentimientos de culpa. La ingenuidad del terrorismo frente a la corrupción del poder institucional es un fruto apetitoso para la ficción posmoderna.
El revolucionario es, en todo momento y lugar, un individuo que pretende hacer la historia, atribuyéndose la capacidad de decidir sobre la vida y la muerte del prójimo. Y, evidentemente, de imponer una verdad incuestionable que separa los espíritus nobles de la cizaña conservadora. Pasan los decenios y, por más que insistamos en la necesidad de una política desapasionada y adulta, el sacrificio siempre vuelve.
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