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La juventud liderada mediáticamente por la adolescente sueca Greta Thunberg realizó el viernes pasado una huelga global para protestar contra la falta de medidas ante el cambio climático. Las mocedades no desean heredar un planeta loco: subidas enormes del nivel del mar; cambio ... de sus condiciones químicas; más ciclones y más intensos; más sequías y temperaturas extremas; carestía de los alimentos y del agua potable; emigración por causas ecológicas; expansión de enfermedades tropicales; extinción de especies… La lista es más larga que un día sin WhatsApp.
En definitiva, los jóvenes hicieron un día de huelga porque sus mayores estamos de huelga permanente todo el año, en lo que respecta a este problema. Ha habido la huelga del clima para denunciar el clima de huelga: brazos caídos o insuficientes de sociedades, políticos y empresas frente a un desafío del que no cabe dudar, salvo que uno se crea más listo que la comunidad científica. De hecho, el debate va pasando rápidamente de la disyuntiva entre si hay o no cambio climático, o otra más peliaguda de si estamos o no a tiempo de parar sus consecuencias más graves (pues también algún científico, como James Lovelock, que acaba de cumplir 100 años en julio, sostiene que ya se nos ha pasado el arroz).
Aquí se da una escala de responsabilidades muy densa, desde la falta de coordinación entre los gobiernos del mundo, hasta la falta de sensibilidad de cada persona en sus hábitos de consumo y de gestión de residuos, pasando por la actitud de autoridades regionales y locales, y de las empresas y entidades no lucrativas.
Una muestra de esta combinación de déficits la tenemos en Cantabria. La estrategia regional sobre cambio climático se parece a aquel mosquito de la fábula de Esopo que se había posado sobre el asta del toro y que, cuando le anunció su intención de echar a volar, recibió esta respuesta: «Ni me enteré cuanto llegaste, ni me enteraré cuando te marches». Lejos de ser uno de los dos o tres ejes fundamentales de legislación, presupuesto y acción de colaboración público-privada, dicha estrategia parece un secreto oficial por más que se haya publicado. Sencillamente no forma parte de la agenda de prioridades.
Tomemos, por ejemplo, el nunca aplicado plan de energía eólica. Se aburre uno de encontrar transportes especiales que circulan con la Meseta o con Bilbao trasladando sensacionales piezas de aerogeneradores. Ninguna de ellas es nunca para Cantabria. Nuestro consumo eléctrico intensivo por ser región industrializada y por las puntas de demanda residencial en temporada turística no es compensado ecológicamente con más generación limpia. El estado de nuestro transporte ferroviario es penoso, como alternativa al vehículo de motor. No hay bus metropolitano ni en la Bahía ni en el Besaya. Y lanzarse a un vehículo particular solo eléctrico rozaría el martirio, por costes y logística. Efectivamente, seguimos los adultos en huelga ante el clima. Al final, será el planeta el que diga de nosotros lo que el toro de Esopo a su mosquito.
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Ana del Castillo
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