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En 1925, la primera austríaca titulada como arquitecta, Margarete Lihotzky, fue invitada por Ernst May, el arquitecto municipal de Frankfurt-am-Main, para participar en el proyecto público de un asentamiento de vivienda social, la «siedlung Römerstadt», donde se produciría su creación más famosa y ... que da título a este artículo: la «Frankfurter Küche». Igualmente, la urbanista británica Jane Drew, que trabajó en Chandigard con Le Corbusier, desarrolló en 1944 una cocina cuyos parámetros ergonómicos aún están vigentes. En 1926, la arquitecta norteamericana Anna Wagner Keichline también patentó una cocina proyectada por ella misma.
Todas ellas participaron en numerosos y diversos proyectos de arquitectura, diseño y planificación, si bien se les relaciona de forma destacada con esas cocinas (las dos primeras, como estancias y la tercera, un mueble) de las que fueron autoras. En cualquier caso, se trata de tres pioneras en el ámbito de la arquitectura que, con sus notables aportaciones, abrirían paso para que un espacio de trabajo inicialmente masculino se hiciera cada vez más amplio y reconociera, casi desde el principio de la existencia de titulaciones académicas, el valor y la calidad de las arquitectas en todo el mundo.
La perspectiva de género en arquitectura y urbanismo (o más bien su ausencia) ha producido numerosos desajustes a lo largo de la historia de la profesión, pero su reequilibrio en las últimas décadas gracias a la presencia cada vez más potente y esencial de las arquitectas a través de valiosísimos y destacados proyectos, ha permitido que, junto con la evolución de la sociedad hacia una mayor igualdad, se haya dado también una visión de la ciudad, del urbanismo y de la arquitectura desde criterios que buscan la máxima inclusión por todos los conceptos. Se trata de poner a las personas en el centro de toda reflexión urbana y, para ello, además, son fundamentales los procesos participativos y de diálogo con la población afectada en los ámbitos sobre los que se está trabajando.
Lo que se inició desde el enfoque de la mujer y esa perspectiva de género ha acabado abordándose bajo la denominación de urbanismo inclusivo, puesto que se ha avanzado, y correctamente, considerando que cualquier mejora que afecte a quienes pueden entenderse vulnerables o inseguros desde posiciones que el planeamiento y el urbanismo puedan resolver, sin duda que favorecerá no solo la inclusión de esos afectados, sino que también mejorará la de cualquier usuario de esos recursos urbanísticos, de diseño o incluso de urbanización. Debería resultar realmente innecesario, de hecho, acudir a esa caracterización del urbanismo como inclusivo cuando, en realidad, se tratará, simplemente, de buen urbanismo.
Inclusión, de hecho, representa etimológicamente el acto de encerrar, por lo que la denominación no resultaría ser la mejor ya que se trata de abrir más que de cerrar, y por ello se considera que el Plan General de Santander deberá buscar un buen urbanismo, sin más; un urbanismo para una ciudad y unos barrios donde primen las relaciones de proximidad, la seguridad en las calles derivada de la inexistencia de zonas del miedo (como se denominan los lugares donde se produce esa sensación de temor), la accesibilidad, el calmado de tráfico de coches que permita tanto el uso peatonal del espacio público como la convivencia con vehículos de movilidad personal, el acceso a comercios de cercanía, el conocimiento entre vecinos del barrio, los caminos escolares seguros, los recorridos verdes (umbrosos en verano y soleados en invierno), la proximidad entre espacios de reposo y estancia para quienes más necesitan esas prestaciones, la buena iluminación, el buen diseño para las personas de todo tipo de recursos y mobiliario urbano...
Habrá aspectos que, de hecho, el urbanismo no regulará, como puede ser, por ejemplo, la duración del tiempo de cruce de los peatones en un paso de cebra con semáforo (no todo son disposiciones urbanísticas), pero el diseño adecuado y la aplicación al proceso de planeamiento de la inteligencia sobre cómo ha de funcionar de forma interna la ciudad sí que interesa al futuro Plan General de Santander y sus previsiones, partiendo, como se hace, de una ciudad ya existente y con una historia de casi 300 años como tal, para la que habrá que 'cocinar' bien todos esos ingredientes.
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