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Todos contamos con experiencias propias, además de algunas ajenas, de los diferentes juegos con los que se divierten los niños, esos seres angelicales que están en pleno desarrollo, y que su objetivo es la exploración de todo cuanto ven o escuchan, para conocerlo y poderlo ... controlar. En este propósito de conocer, obtener o conseguir, se dan múltiples enfrentamientos en el grupo, riñas, luchas, peleas, que a los padres en ocasiones les inquietan, pero que no tienen más sentido que el de adquirir un específico conocimiento de sus habilidades. Dan una bofetada o empujan a un niño mayor, y les responde dando un empujón o bofetada más fuerte. Aquí aprenden que el otro es más forzudo, se trata de un proceso de aprendizaje, que nos será esencial a la hora de alcanzar la mayoría de edad, para ser prudentes en el ejercicio de nuestros actos. Aprendemos a ser coherentes, respetuosos, solidarios, a realizar alianzas, competir, rivalizar, proteger al más débil o a vilipendiarlo, según los casos..., y todo eso lo trasladamos a la hora de ejercer responsablemente.
Si nuestra observación de estos juegos se hace más penetrante, fácilmente concluiremos, que no todos los niños son iguales, no todos tienen el mismo comportamiento, incluso este puede ser absolutamente desigual. Los hay tranquilos, pasotas, solitarios, ajenos o ausentes a la realidad que viven, efusivos, irascibles e irritables, hiperdinámicos o hiperactivos, que tienen presencia en cualquier contienda, los hay más guerreros y más prepotentes, los que siempre quieren quedar por encima de los otros, pues su deseo es el de que se les reconozca su fortaleza o destreza en las contiendas...
Estos comportamientos, fruto de la heredabilidad y del ambiente en el que nos desarrollemos, nos impregnarán tanto, que nos esculpirán pétreamente, de tal forma que nuestra línea comportamental respetará la que nosotros hemos venido observando a lo largo de nuestro crecimiento. Con el tiempo se puede conservar la esencia, pero también se puede pulir en algún sentido. Todo dependerá del lugar donde nos toque desarrollar nuestras responsabilidades, aunque generalmente, lo que ocurre son enmascaramientos mediante imposturas o representaciones interesadas, que al hurgar o al vivir un momento de cierto estrés, aparece en nuestro carácter aquello que nos estigmatizó, es decir, aquel comportamiento que practicamos de niños.
Esto que ocurre a nivel individual, lo podemos trasladar a nivel de la sociedad, pues ésta está formada por individuos, y en consecuencia, los grupos o las naciones van a perfilarse de acuerdo con la arquitectura de sus habitantes, y especialmente de los individuos que poseen las riendas del poder. Fiel ejemplo de esta exposición es lo que estamos viviendo en estos momentos, que no es más que repeticiones, de hechos mil veces observados a lo largo de la historia, no es pues el primer enfrentamiento entre pueblos o naciones.
Con el objetivo de evitar estas situaciones, y teniendo en cuenta la enorme violencia, destrucción y muerte acontecida en la guerra de los Cien Años, y las dos guerras mundiales, se pensó en la creación de un organismo internacional, que permitiera un diálogo entre todos los pueblos. Nació la ONU. No obstante, no ha conseguido sus objetivos al estar controlada por las cinco naciones con gran desarrollo nuclear, y contar con el derecho al veto, de tal forma que la discusión siempre es parcial al estar vigilada.
Estas naciones aludidas, a las que se han sumado algunas otras como la India, Pakistán e Israel, al disponer de arsenal atómico, se han convertido en vigilantes y controladoras del universo, de tal forma que cualquier aspecto que afecte a cada una de ellas repercute más allá de sus fronteras. Caminamos hacia la formación de bloques de influencia, que responden a lo que Hobbes afirmaba sobre que el hombre es un lobo para el hombre; o tiene su espíritu en el sótano de su conciencia, donde reina lo oscuridad más absoluta (Kierkegaard); que tiene su alma separada o lejos del cuerpo (Ellacuria), o es autor de estratagemas, cuya complejidad puede ser autodestructora (Maquiavelo).
El hombre, en definitiva, es un ser depredador y soberbio por naturaleza, además de prepotente y controlador, lucha por la obtención del poder, tanto, que expone su vida por lo que él considera la defensa de sus intereses, despreciando los intereses de los demás. La tecnología avanza, aparecen nuevos tipos de armas, tan sofisticadas electrónicamente, que es imposible en estos momentos definir o concretar su acción, y a pesar de que la humanidad puede desaparecer en segundos, seguimos y seguimos, en una carrera enormemente peligrosa, al depender exclusivamente de que un robot pulse una tecla.
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