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El filósofo surcoreano, residente en Alemania, Byung-Chul Han pronto publicará en español su último libro, 'La desaparición de los rituales' (Herder). En recientes entrevistas ... se muestra convencido de que después de la pandemia «sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente»… y de que el poder mundial se desplazará desde Occidente hacia Asia. Comienza una nueva era, afirma. La pandemia no es solo un problema médico, sino social. Donde no hay problemas sociales graves ha muerto mucha menos gente que donde el sistema sanitario es mucho peor. Hoy no va a haber revoluciones porque todos somos esclavos de la comodidad.
No se manifiesta contrario a la digitalización, pero insiste en que el proceso de digitalización no es neutro, sino que modifica la forma de relacionarnos y de percibir al otro. El contacto físico se ha resentido durante la pandemia y después de ella. Desconfiamos de los demás y apenas nos tocamos. Por otra parte, el covid-19 no sustenta a la democracia. Del miedo se alimentan los autócratas. En las crisis fuertes las personas buscan líderes en quien depositar su confianza total. Eso es el final de la democracia. Con la pandemia nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No solo nuestras comunicaciones, sino incluso nuestro cuerpo, nuestro estado de salud se convierte en objeto de vigilancia digital.
El virus es un espejo de la sociedad en que vivimos. Nuestra vida está impregnada de hipertransparencia e hiperconsumismo, de un exceso de información que conduce de forma inevitable a la sociedad del cansancio. Pretendemos sobrevivir por miedo a la muerte. Todas las fuerzas vitales se emplearán para prolongar la vida. En una sociedad de la supervivencia el placer también se sacrificará al propósito más elevado de la propia salud.
La histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea inhumana. El que está a nuestro lado es un potencial portador del virus y hay que tomar precauciones frente a él. Los mayores mueren solos en los asilos porque nadie puede visitarles por el riesgo de infección. Por sobrevivir, sacrificamos voluntariamente lo que hace que valga la pena vivir: la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía.
Con la pandemia, además, se acepta sin cuestionamiento la limitación de los derechos fundamentales, incluso se prohíben los servicios religiosos. Los sacerdotes también practican el distanciamiento social y usan máscaras protectoras. Sacrifican la creencia a la supervivencia. La virología resta importancia a la teología. Los virólogos son los grandes intérpretes de lo que nos pasa. La narrativa de la resurrección da paso a la ideología de la salud y de supervivencia. El pánico ante el virus es exagerado.
Para mejor expresar su pensamiento acude nuestro filósofo al cuento de 'Simbad el Marino'. «En un viaje, Simbad y su compañero llegan a una pequeña isla que parece un jardín paradisíaco, se dan un festín y disfrutan caminando. Encienden un fuego y celebran. Y de repente la isla se tambalea, los árboles se caen. La isla era en realidad el lomo de un pez gigante que había estado inmóvil durante tanto tiempo que se había acumulado arena encima y habían crecido árboles sobre él. El calor del fuego en su lomo es lo que saca al pez gigante de su sueño. Se zambulle en las profundidades y Simbad es arrojado al mar». Este cuento es una parábola, enseña que el hombre tiene una ceguera fundamental, ni siquiera es capaz de reconocer sobre qué está de pie, así contribuye a su propia caída.
Es, quizá, bastante pesimista la visión de este filósofo, hoy de moda. Pero ¿no será demasiado optimista nuestro intento de vivir como si no hubiera pasado nada y el virus hubiera desaparecido?
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