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La desafección y desconfianza de los ciudadanos hacia la política, el auge de los populismos, el aumento de los movimientos radicales o la creciente polarización de la opinión pública son anomalías sociales que se vienen manifestando en los últimos años. Las posibles causas de ... estos fenómenos son múltiples, pero entre ellas se encuentra una profunda crisis de valores y una aguda carencia de liderazgos políticos sólidos, unida a otros factores como el creciente conocimiento de casos de corrupción en la política. Hasta tal punto ha llegado este sentimiento, que amplias capas de la sociedad dicen no sentirse representados por sus dirigentes.
Reflexionando sobre ello, también podemos llegar a la conclusión de que la (mala) comunicación política ha podido coadyuvar a que nos encontremos en esta indeseable situación. Es decir, la relación comunicativa entre políticos, medios y ciudadanos ha contribuido a la creación del problema.
Porque política y comunicación están estrechamente unidas. Para ser buen líder hay que ser también un buen comunicador, y viceversa. Y es que los líderes políticos deben de ser capaces de difundir sus mensajes de la forma más clara y efectiva posible, para que los ciudadanos valoren positivamente su cometido. De una buena gestión comunicativa depende el éxito de un Gobierno, de un partido o de un candidato. Y, a la inversa, una mala estrategia comunicativa puede estar detrás de que los ciudadanos tengan una mala percepción de la política y de los políticos, aun cuando la gestión haya sido buena. Con frecuencia se confunde esta labor con trasladar solo una buena imagen de un político. En muchas ocasiones el problema viene cuando se da más importancia a la comunicación que a la gestión. La comunicación es una herramienta al servicio de los gestores políticos, pero la comunicación no puede sustituir a la política. Esto nos conduce últimamente a una política más preocupada por la imagen que por la gestión. Y es que, sin (gestión) política no hay (buena) comunicación política. Esto no supone que se deba renunciar a la utilización de la imagen y apelar a las emociones como medio para conectar de una forma más eficaz con el imaginario colectivo, sino que la utilización de estas herramientas debe hacerse como recurso para poner en valor las ideas y la práctica del quehacer político. El uso de la retórica, el simbolismo y la imagen deben servir como recursos metafóricos para simplificar conceptos complejos, pero no para el 'postureo'. Estas herramientas deben ser utilizadas como atajos cognitivos para llegar más fácilmente a los ciudadanos, pero siempre sustentados en algo cierto: dar valor a la (buena) política con (buena) comunicación política.
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