Secciones
Servicios
Destacamos
Me refiero a una asignatura pendiente desde que se firmó el tratado de Lisboa (2007) que hasta la Guerra de Ucrania parecía ser cada vez más difícil de aprobar. La UE caminaba hacia atrás como los cangrejos: el Brexit; el alejamiento de Turquía; el nacionalismo ... triunfante en Hungría y Polonia, imitado por la emergente extrema derecha en Francia Italia y España…
Pero todo eso ha cambiado cuándo Rusia invadió Ucrania. La consecuencia no imaginada por Putin ha sido una Unión Europea mucho más unida ante sus amenazas y represalias energéticas, dispuesta a dar pasos solidarios también difíciles de imaginar hace solo siete meses.
La Comunidad Política Europea (PCE) vuelve a ser un proyecto atractivo. Quizá más atractivo que nunca. La necesidad de que la UE se convierta en un verdadero bloque político, para poder jugar un papel decisivo en el nuevo concierto internacional en proceso de gestación, de pronto se ha hecho evidente a los ojos de los más escépticos y ha entrado por primera vez en el radar del ciudadano de a pie. Para muestra un botón: el 6 de octubre el presidente de turno de la UE (Chequia) convocó en Praga nada menos que a 44 países europeos (los 27 de la UE más otros 17, entre los que se cuentan Reino Unido, Turquía, Noruega, Suiza, Ucrania, y otros 12 más pequeños) con el fin de discutir el suministro de energía y la seguridad europea, puestos en grave riesgo por Rusia. Con el compromiso de volverse a reunir dentro de 6 meses en Moldavia y en otros 6 en Inglaterra.
Una iniciativa que habían lanzado a finales de abril diversos grupos de base extendidos por Europa –grupos partidarios de la Democracia deliberativa– mediante una conferencia sobre el Futuro de Europa, fue recogida por Macron y relanzada el Día de Europa (9 de mayo).
Inmediatamente fue ratificada por las instituciones de la UE y diversos líderes entre los que destaca Olaf Scholz. Ello da idea del interés que el asunto has despertado en las otrora morosas instituciones europeas a este respecto; pero no por ello se oculta la enorme dificultad de reconstruir la actual arquitectura de seguridad –la OTAN– que tan eficazmente funcionó durante la Primera Guerra Fría. El agónico dilema entre mantenerse bajo el paraguas protector de EEUU y la construcción de una seguridad europea estratégicamente autónoma.
Durante el curso de la Guerra de Ucrania la UE ha experimentado en carne propia que la dependencia estratégica de grandes potencias –ya sea del petróleo y el gas ruso, ya sea la competencia desleal china, ya la protección militar estadounidense– expone a Europa a circunstancias adversas que la citada autonomía hubiera paliado; pero es que, en última instancia, lo que está en riesgo es la integración de sus socios, el propio proyecto de Unión.
Hay que tener muy en cuenta que Europa está muy próxima a las regiones más conflictivas del Planeta: Oriente medio, África, los balcanes, Rusia… y que nuestras relaciones con ellos no son precisamente balsámicas, sino fuente de continuas conflictos que indefectiblemente evolucionan a peor. De hecho, Europa parece haber perdido el control de su tradicional esfera de influencia, lo cual crea un vacío que inmediatamente es llenado por otros actores; EEUU, Rusia, China, vuelven a la memoria.
La respuesta de Macron, denominada Comunidad Política Europea, sería el paso más serio hasta la fecha en dicha dirección. Como digo, por primera vez se ha incluido a 44 países, 17 de los cuales no forman hoy parte de la UE. Es importante mantener viva esta posibilidad pues, de otro modo, países como Reino Unido, Suiza, Noruega, dejarían de ser miembros de la CPE. El siguiente paso debería ser una clarificación de los objetivos de la CPE y un plan de acción para convertirla en una institución, junto a las ya existentes. El riesgo es que, como le está sucediendo a la UE, el proyecto sea nacionalizado por determinados miembros renuentes a cualquier cesión de soberanía nacional; algo siempre implícito en cualquier institución transnacional que dé el paso de ser simbólica a funcional. La contrapartida sería que cada socio pudiera contribuir a la configuración de la CPE como estructura formal.
El otro riesgo que ha de soslayarse es utilizar la CPE como ariete contra Rusia; es decir, limitarse a resolver las necesidades de corto plazo concernientes a la seguridad internacional. El formato de la reunión de Praga –tentativo, informal, sin constricciones– no hay duda de que se presta a la satisfacción de dicha necesidad; pero no está claro que un mero intercambio de opciones sobre el problema de Ucrania, pueda evolucionar hasta convertirse en algo significativo para el futuro de Europa. Esto exigiría una nueva constitución europea. El conflicto de Ucrania debe ser un utilísimo trampolín para desarrollar la CPE, que hasta hoy se nos ha resistido, no al contrario.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.