El concepto de cuasi-Metro
CANTABRIA POSITIVA ·
Sistemas mixtos y pragmáticos de tipo ferroviario y viario pueden mejorar sustancialmente la integración y el potencial de la comunidad, especialmente su parte ruralSecciones
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CANTABRIA POSITIVA ·
Sistemas mixtos y pragmáticos de tipo ferroviario y viario pueden mejorar sustancialmente la integración y el potencial de la comunidad, especialmente su parte ruralDesde que hace dos décadas el enérgico ministro Cascos lanzara en Santander su idea de un 'metro-tren' para poner la mayor parte de la región a un trayecto temporalmente corto de conexión con la capital autonómica, poco se ha avanzado no ya en ... la idea, sino sobre todo en la realidad, con avances tímidos en cercanías. Los problemas paralelos de la Cantabria vaciada y la movilidad sostenible exigen repensar ese temario con más amplitud. ¿Hasta qué punto es posible un cuasi-Metro como esqueleto de metrópoli regional?
Cuando hablamos de la Cantabria rural estamos generalizando situaciones muy diferentes. No es lo mismo Ribamontán al Monte que Campoo de Yuso, Liendo, Villafufre o Cabezón de Liébana. Una significativa parte de la Cantabria rural está en zonas costeras o valles medios, cerca de los grandes ejes de comunicación. Otra parte es de vertiente norte de alta montaña: pasiegos, lebaniegos, gentes del alto Nansa y Saja. Y una tercera parte son áreas que están ya al sur de las crestas principales de la Cordillera y se sitúan en la transición a la Meseta: los Campoo (de arriba, de abajo, de en medio, Reinosa) y los Val (-deprado, -deolea, -derredible).
Estas circunstancias parecen muy heterogéneas en cuanto a movilidad sostenible e integración del territorio. Para todos los municipios litorales y prelitorales, una red de MetroCant resultaría vital. Por ejemplo, con una sustancial mejora entre Colindres y Santander, a la que se pudieran enlazar localidades costeras como Santoña, Noja, Isla o Ajo. No sería ningún desatino establecer, por el curso de la antigua línea férrea de Santander-Ontaneda, al menos una línea, con la modalidad tecnológica que proceda, entre Astillero y Vargas, pasando por Cabárceno y Cayón. Hacia Occidente, un sistema de lanzaderas (si los tienen los hoteles de zonas turísticas españolas, ¿por qué no se podrían establecer en algunos puntos para experiencias-piloto de servicio público?) podría conectar el ferrocarril de ancho métrico con villas costeras y valles del interior.
La alta montaña, en cambio, no puede recibir tal solución. Sus actividades deberán ser de ritmos no urbanos, es decir, agrarios y de turismo de patrimonio y naturaleza, quizá aprovechamientos energéticos. Para ella es importante poder cruzar las crestas hacia el sur (La Engaña en los pasiegos, San Glorio o Piedrasluengas en los lebaniegos, alto Saja para los cabuérnigos, acceso a La Lora y la A-73 para los vallucos, Los Tornos para el alto Asón), pero nada de esto sería directamente incluible en un servicio ferroviario de proximidad, llámese tren convencional, tranvía u otras variantes que se están actualmente desarrollando para problemas similares, por ejemplo el tranvi-tren de Karlsruhe o el tren-tranvía de Alicante. Soluciones que se pueden adaptar al problema general de movilidad en nuestras zonas urbanas y periurbanas.
En cuanto a la Cantabria de vertiente sur, Reinosa es su gran centro de operación y se supone que a ella llegará la Alta Velocidad. Un Circular del embalse, que en la parte sur ya tiene el tendido ferroviario del Bilbao-La Robla, reuniría gran parte de la comarca e incluso entraría en sinergia, en el entorno de Espinosa de los Monteros, con la conexión pasiega de La Engaña.
El de 'MetroCant' sería más un concepto filosófico de movilidad coherente que un servicio unitario: la red pragmática y mixta de transporte sostenible que integraría a buena parte de la Cantabria rural en una dinámica interurbana, metropolitana. Tampoco creo que costara un potosí. Más me parece que abultarían otros proyectos de los que mucho se habla y nunca llegaremos a ver sustanciados. A veces hay que tener el utopismo de lo práctico, dejando el de lo impráctico solo para las campañas electorales, esos ingeniosos procesos de comunicación en los que todo el mundo sabe que el emisor exagera al decir y el receptor exagera al creer, en un pacto tácito de lo que Coleridge llamó «suspensión voluntaria de la incredulidad», y que los convierte en una experiencia semejante a ir al teatro o leer una novela.
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