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Todos sabemos lo que significa estar contra las cuerdas. El lenguaje está lleno de imágenes y matices que sugieren emociones compartidas más allá de su literalidad. Será porque todos, alguna vez, aunque nunca nos hayamos subido a un ring de boxeo, hemos sentido que la ... vida nos ponía contra las cuerdas. Es distinto estar contra las concertinas, porque la imagen que suscita este giro no está asociada a nuestro devenir. Sencillamente no nos imaginamos haciendo frente a ese dispositivo de cuchillas porque no está pensado para nosotros, sino justamente para aquellos que tienen la necesidad de trasvasarlas. En el Puerto de Santander se quieren instalar casi diez kilómetros de concertinas para frenar a un grupo de migrantes que no tienen derecho, como nosotros, a subir a un barco y pagar su pasaje. El argumento es sencillo: si usted no quiere verse gravemente herido no pase por ahí. «Las cuchillas no van detrás de nadie» dicen en el Puerto quienes las ponen... para otros. Ponerle concertinas a quien está contra las cuerdas es indefendible, pero argumentar con ese nivel retrata a quien lo hace.
El Puerto alardea de récord histórico de tráficos este año, a pesar del problema migratorio y a pesar de no haber completado la mayor parte de la instalación de concertinas. Récord de negocio. ¿No queda remanente para más personal, para medidas de alta tecnología en todas las zonas, para optar por vías respetuosas con los derechos humanos? Lo que está claro es que el día en que las cifras bajen ya sabemos de quien va a ser la culpa.
Estar contra las concertinas es un deber moral. No hay excepciones. Ni para el responsable de ponerlas (se llama Francisco Martín) ni para el presidente de Cantabria (se llama Miguel Ángel Revilla), que se pone de perfil y ni siquiera recibe a la sociedad civil que se opone a esta barbaridad. Tampoco es suficiente argumento para defender las cuchillas contra los migrantes que uno sea consignatario de la compañía Brittany Ferries (la que mayor presión mete para que se «solucione el problema») y al tiempo promueva desde su sillón en el Consejo de Administración del Puerto, como representante de la Cámara de Comercio, la instalación de un instrumento cruel. O a lo mejor en este asunto Modesto Piñeiro (se llama así el consignatario), al tener un interés directo, se sale en las sesiones del Consejo. Estaría bien saberlo. Si finalmente se extiende el uso de las concertinas puede que terminemos incorporando a nuestro lenguaje la expresión «estar contra las concertinas» como un grado superior de malestar a «estar contra las cuerdas», lo que podría acabar con la paradoja de que igual Francisco Martín o Modesto Piñeiro, por ejemplo, terminaban estando contra las concertinas...
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