Concha Velasco, despedida calurosa
CRÍTICA | PALACIO DE FESTIVALES ·
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CRÍTICA | PALACIO DE FESTIVALES ·
La actriz, entre confidencias, vuelve a mlstrar su excelente dominio del gesto, de la palabra, de las emociones y las sonrisasNo importa que la sensación sea triste o desagradable, pero cuando me voy de un sitio me gusta darme cuenta de que me marcho. Si no, luego da más pena todavía». Estas fueron las primeras palabras de Concha Velasco sobre el escenario de ... la sala Argenta del Palacio de Festivales leyendo una frase de J.D. Salinger. La obra, 'La habitación de María', una comedia con pretensiones dramáticas o viceversa, un drama con ribetes de tragicomedia. Del humor al infortunio los saltos son continuos; quizás el autor -hijo de la actriz- conoce bien los registros y cualidades de su madre, capaz de pasar en un momento del recuerdo triste de una muerte infantil a delirantes diálogos con un plasma televisivo.
El escenario simula un ático en el piso 47 de una torre madrileña. Allí vive Isabel Chacón (curioso: Concha al revés silábico), una escritora de éxito que va a celebrar su 80º cumpleaños sola en su apartamento, como todos los aniversarios desde hace 43 años de reclusión voluntaria. Una mesa llena de libros, teléfonos y ordenadores es el espacio donde la actriz se mueve sentada en su silla giratoria. Un enorme ventanal de fondo mostrará luces y humos, importantes en el desarrollo de la trama desde el momento en que el edificio se incendia. En un lateral, una puerta da acceso a la habitación de María, una hija que murió bebé en mares tropicales. Diseño de escenografía cuidado al detalle.
La escritora tiene agorafobia y la va detallando desde sus inicios hasta la noche del aniversario. En sus monólogos y diálogos aparecen sus miedos, manías y compañías: el canario Salinger, Lucho -un amor del pasado-, la foto de su madre, una periodista televisiva. Las emociones van in crescendo por el avance del fuego, con momentos donde Concha-Chacón transmite sus creíbles traumas y alegrías. El misterio de la habitación de María es desvelado en medio de derrumbes y llamadas telefónicas. El peligro avanza y también los bomberos. Cuando llegan al piso 47 se termina la obra. La escritora se levanta de su silla y proclama: «Adiós jaula» y «Sí... por primera vez en mi vida estoy lista». Cae el telón y comienzan innumerables vítores y bravos.
Concha Velasco vuelve a mostrar su excelente dominio del gesto, de la palabra, de las emociones y las sonrisas. Y se despide: «Esta obra tiene que ser la última, digan lo que digan. Una no va a llegar a los 93 años sobre un escenario». Animada por el cariño y los aplausos hace su regalo: «¿Lo han pasado bien? Para mí es muy importante haber hecho esta obra». Más confidencias: «Lo he pasado mal. Me caí, me rompí un brazo. He pasado una larga cuarentena. Me pinto las uñas sin que lo sepa mi director. No se lo digan». Mascarilla negra en boca agradece al público su esfuerzo, «tan importante para nosotros». Despedida animosa y calurosa: «Hay que venir al teatro. Cuéntenlo».
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