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La epidemia contemporánea de coronavirus nos ha hecho percibir la fragilidad y la inutilidad de muchas cuestiones que hasta ayer nos parecían principales. Pero, sobre ... todo, ha despertado dentro de nosotros emociones nuevas. Un frío extraño, el miedo. También angustia e incertidumbre.
Los primeros días solo pedíamos salud, como las cartas a los Reyes Magos de quienes no la tienen. Estábamos asustados por si nos contagiábamos, por si se saturaban los hospitales, por si no teníamos suficientes respiradores. Nada de esto ha sucedido en Cantabria, donde la sanidad pública ha resistido con esfuerzo y profesionalidad los peores momentos. Pero para muchas familias el miedo a la enfermedad pronto cedió ante otro temor igual de fundamental: quedarse sin trabajo, no tener pan o no poder pagar la hipoteca o la luz después de estas duras semanas de confinamiento.
El temor, por desgracia, va aún más allá de la tragedia de la muerte en soledad; sin duda lo más sobrecogedor de todo. No podemos recuperar a nuestros seres queridos. Cuando esto acabe ya no estaremos todos. Pesará el dolor de la ausencia en muchas familias. Pero los que quedan, los huérfanos, los que aún están enfermos, todos los ciudadanos nos preguntamos qué será de nosotros. Cuánto resistirán nuestros empleos, el negocio o los ahorros. Qué será de nuestros hijos y nietos, cómo les afectarán en el futuro las secuelas de esta mayúscula adversidad.
La experiencia de la crisis anterior fue nefasta. Las víctimas fuimos los de abajo, que no teníamos nombre. Solo una etiqueta, un estigma que nos señaló como culpables de nuestra propia desgracia. Nos acusaron de haber querido vivir por encima de nuestras posibilidades.
Esta vez el desafío es mayor, más incierto. La economía está a merced de un virus, que puede desaparecer o volver con más virulencia. Pero esta vez, nadie se va a quedar atrás. No se va a utilizar la economía contra las personas, sino a favor de ellas. Esta vez tenemos un gobierno progresista al frente del país, y al frente de las responsabilidades sociales, económicas, sanitarias y de empleo en Cantabria. La pandemia ha demostrado que necesitamos un estado de bienestar fortalecido con políticas públicas que, además, son las únicas que garantizan la igualdad de todas las personas.
Desde el Gobierno cántabro se ha inspirado un primer plan de choque. De entrada, más de veinte millones de euros irán directamente al bolsillo de las personas y familias más vulnerables. Otras medidas tratarán de contribuir a resucitar nuestro comercio, empresas e industrias. Si conseguimos revertir los ERTE, será la primera victoria.
Ante una emergencia de este calibre, ante una tragedia de esta dimensión, debemos mirarnos en el espejo de otros compatriotas que supieron estar a la altura de la historia. Quienes estamos al frente de las instituciones y de las fuerzas políticas tenemos, hoy, la trascendental responsabilidad de afrontar juntos una tarea épica, la reconstrucción de nuestra economía. Alcanzar para Cantabria un futuro de alegría y bienestar. Para salvarnos del naufragio hay que evocar una palabra: concordia.
Un país de pequeña geografía, Portugal, que hizo una revolución con flores y no con balas, vuelve a reaccionar ahora con ejemplar altura moral. Gobierno y oposición van de la mano con lealtad. Una tempestad como esta retrata a la clase política. Nosotros, deberíamos imitar esa fotografía de consenso y unidad para la historia de nuestro país.
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