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El pánico en torno al coronavirus y la posibilidad de que se decrete una cuarentena como la del norte de Italia están dejando estampas para ... el recuerdo: clientes agolpados a las puertas de los supermercados de Madrid o Vitoria, estanterías de tiendas de barrio completamente vacías, carritos de la compra repletos de productos de primera necesidad y de no tanta necesidad... Todos las hemos visto y comentado con cierta sorna en casa o por WhatsApp. A Juan Roig, presidente de Mercadona, no le ha quedado más remedio que asegurar en unas declaraciones que el abastecimiento de productos está garantizado por la cadena de supermercados, pero lo que más llama la atención es que también haya tenido que intervenir para hacer un llamamiento a la calma y pedir a la gente que 'racionalice el miedo'.
Sin embargo, racionalizar el miedo es mucho más complicado de lo que parece cuando se produce lo que Sigal Barsade, profesora de Gestión de Wharton, una de las escuelas de negocio de referencia en Estados Unidos, llama contagio emocional. Este tipo de contagio sería algo así como la reacción que tiene cualquier persona cuando un bebé le regala una sonrisa y casi sin pensarlo, de forma automática, le devolvemos otra, acompañada incluso de algún comentario cursi o carantoña, dependiendo de los sensibles que nos sintamos ese día. Cuando este contagio se produce de una persona a otra, en un entorno controlado, no debería suponer ningún peligro. Pero, según Barsade, cuando esta reacción se contagia a nivel macro, entre un grupo de población, sí puede suponer una amenaza porque puede interferir con la toma de decisiones lógica y normal de cualquier individuo.
Tanto es así, que en un reciente programa de radio de Wharton, Barsade aseguraba: «Yo diría que el contagio emocional, a no ser que se controle, amplificará considerablemente el daño causado por Covid-19». Esto se debe a que cuando alguien experimenta contagio emocional muestra síntomas de ansiedad, miedos y preocupaciones que le hacen ser más rígido en la toma de decisiones. Por tanto, «dejamos de ser creativos, dejamos de ser analíticos y tomamos decisiones peores». El peor de los escenarios es que los líderes o políticos, aunque sean menos propensos a sufrirlo porque cuentan con datos que les permiten ser más analíticos, también se vean afectados por este tipo de contagio.
Respiren. Hasta aquí las malas noticias. Las buenas es que Barsade, experta en este tema, publicó un trabajo de investigación, titulado 'Emotional Contagion in Organizational Life', en 2018, en el que no solo explica cómo se difunden este tipo de emociones, también propone seguir tres pasos para 'inocularse', hasta cierto punto, y prevenir la expansión de estas emociones sin control.
En primer lugar, ella propone identificar o ser consciente del contagio emocional. Este primer paso permite, según explica, empezar a gestionar el contagio y que el proceso de transmisión de un individuo a otro sea menos automático, logrando en última instancia ponerle resistencia. Si alguien siente ansiedad o miedo en exceso, una herramienta muy útil para poner en pausa estas emociones sería preguntarse a sí mismo o plantearle a su entorno: ¿De verdad hay razones para sentirse así, con tanto pánico o ansiedad? ¿Me estoy dejando llevar por noticias procedentes de fuentes no expertas en la materia?
En segundo lugar, la profesora recomienda limitar la cantidad de información sobre noticias de este tipo -ya sea el Covid-19 o un acontecimiento económico de gran relevancia- que dejamos entrar en nuestras vidas mientras mantenemos conversaciones informales con nuestros amigos y familiares. Sobre todo, ella alerta de aquella información que no procede de fuentes expertas. En estos momentos, la información sobre el virus en sí -cómo se contagia, etc.- ya es de sobra conocida, así que la mayoría de los comentarios que escucharemos por ahí están contaminados por la opinión subjetiva de la gente, sus preocupaciones, sus malas experiencias en una sala de espera, etc. Este tipo de conversaciones tan solo contribuirán a alimentar nuestro contagio emocional.
Por último, Barsade, de Wharton, añade que limitar no significa ignorar por completo la situación. Todo lo contrario, ella recomienda que estemos alertas y que nuestras acciones tengan un propósito en la medida de lo posible. Es decir, no debemos aislarnos totalmente del tema, lo que deberíamos hacer es recurrir a expertos sanitarios, autoridades u organizaciones sanitarias para recopilar información extra de diferentes fuentes. Este tipo de estrategia nos llevará a tomar mejores decisiones. Tales como, por ejemplo, decidir no acudir a comprar mascarillas para nosotros y nuestros familiares que en realidad no necesitamos y que los empleados sanitarios sí necesitan para realizar su trabajo diario y protegerse como es debido del virus. Aún así, es evidente que sentir miedo o incluso cierto pánico es algo totalmente legítimo. Podemos sufrirlo e incluso sentirnos estresados, pero tratemos, al menos, de identificarlo, controlarlo y tomar decisiones más racionales siguiendo estos tres sencillos pasos.
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Ana del Castillo
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