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La consecuencia principal del problema sanitario que estamos padeciendo (además, obviamente, del sufrimiento por la pérdida de vidas humanas y por el dolor de miles ... de personas) es, como a nadie se le escapa, la económica: el paro alcanzará a millones de personas, la estructura económica se verá dañada, el nivel de bienestar va a descender (como señalan los economistas, esperemos que la gráfica sea en forma de V, en lugar de L o de W). Pero existen otros ámbitos que también se han alterado: los hábitos cotidianos y el estado de ánimo de todos. Me referiré a algunos.
Uno. Junto al contagio del virus, se produce un contagio emocional y conductual. En situaciones de crisis es frecuente que el desasosiego social se transmita de unos a otros, que la angustia, la inquietud, se generalice; también se puede producir un contagio conductual. Como consecuencia algunas personas correrán nerviosos, incluso angustiados, para adquirir comida, productos de higiene, mascarillas para protegerse del mal... Muchas películas de desastres han reflejado los diversos comportamientos-actitudes: el racional, el emocional, el egoísta, el solidario, el irresponsable, el precavido, el comportamiento histérico, el que padece hipocondría, la persona que se paraliza por el miedo y el que adopta una actitud estoica. El que actúa según la lógica del «sálvese el que pueda» y el que se sacrifica por los demás.
Cuando aparece una crisis surge lo mejor y lo peor de los seres humanos. Se pueden observar comportamientos egoístas, irresponsables y estúpidos; también se ponen de manifiesto torpezas y actuaciones de incompetentes. Y, en el otro extremo, surgen actos heroicos, actitudes generosas y gestos solidarios. En estos días sabemos de profesionales de la salud que trabajan jornadas interminables; y otros trabajadores también se esfuerzan -y se exponen al contagio- para que el resto podamos comer o desplazarnos, o para que estemos informados de lo que está sucediendo. Existen gestos especialmente enternecedores: vecinos que se ofrecen para cuidar niños o para hacer la compra a los ancianos; vecinos que se asoman a las ventanas y forman un coro improvisado... Sí, juntos, ayudándonos, formando una cadena de solidaridad, seremos capaces de acabar con el miedo y con el virus. Por otra parte, también se modifica el estado de ánimo. Es normal que estemos más sensibles; en este sentido, hay que comprender los gestos de ansiedad, hay que disculpar a quien se altere o pierda los nervios. Al mismo tiempo, en estas situaciones es cuando nos damos cuenta de lo que de verdad es lo importante; vemos con claridad meridiana que lo prioritario es la salud y las personas queridas: la familia, los amigos, y los vecinos y los desconocidos -los otros- también son muy valiosos. Las palabras de ánimo, las sonrisas y el humor sirven de ayuda.
No debe olvidarse que para hacer frente a un «encierro» prolongado es preciso establecer rutinas y buscar tareas en las que ocuparse. Tampoco debe descuidarse el arreglo personal y de la vivienda. Actividad y orden combaten el desánimo.
Dos. No es momento de reproches, ahora no toca criticar a los otros por no haber actuado correctamente, es la hora de la solidaridad, del esfuerzo compartido; ahora corresponde remar todos juntos, darse ánimos y caer en la cuenta de que estamos en un mismo barco. Se ha dicho: «si tú te cuidas estás cuidando de tu familia y de tus vecinos». En el esfuerzo compartido y en la solidaridad está la clave de la victoria. La crisis también «habla» de cómo somos, y ahora nos corresponde esforzarnos para no fallar, para hacer bien las cosas; es el momento de la ayuda mutua y de la responsabilidad individual.
Tres. En toda crisis la información es fundamental. Una información rigurosa, con criterio y clara es clave para reducir la ansiedad, para que las personas estén orientadas, con referencias: ¿Qué pasa? ¿Cómo debo actuar? El conocimiento de lo que ocurre y de lo que les está sucediendo a los otros nos tranquiliza. La comunicación facilita la transmisión de información y consejos; pero también de bulos, de falsas noticias, de rumores y de prejuicios. Por otra parte, el exceso de información es negativo: la repetición satura, abruma, termina obsesionando, por eso es necesario poner distancia mental, ocuparse de otros asuntos, y también evadirse: leer, escuchar música, jugar, trabajar... Estas actividades, que nos alejan del problema, son «terapéuticas». Podemos leer el 'Decamerón', de Boccaccio (narra las diez jornadas que pasan un grupo de jóvenes aislándose de la peste negra que asola Florencia en 1348); 'La peste', de Albert Camus; 'La montaña mágica', de Thomas Mann; 'Pabellón de reposo', de Cela; 'Ensaño sobre la ceguera', de Saramago. Y podemos ver la película 'Muerte en Venecia' -escuchando a Mahler- y, dadas las fechas, 'La Pasión según San Mateo', de Bach y, para terminar, el 'Dies irae' del Réquiem de Mozart. Y cambiando radicalmente de estilo, y para animarnos, quizá no esté mal volver a escuchar 'Resistiré' de El Dúo Dinámico.
Que a todos nos sea leve.
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