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Miramos estos días con esperanza los datos referidos a la pandemia. Recordamos a los fallecidos. Más allá de los números, personas con nombres y apellidos ... que han dejado familiares y amigos llenos de tristeza. Releyendo estos días 'Entre alambradas', de Eulalio Ferrer, diario de otro confinamiento, el que sufrió junto a otros españoles exiliados en los campos de concentración franceses, encuentro una frase que evoca el mecenas cántabro del poeta bilbilitano del siglo I Marco Valerio Marcial: «Más triste que la muerte es la manera de morir». Así ha sucedido con muchas víctimas del coronavirus. Especialmente los ancianos. Menos fallecidos, menos contagiados. Pero nos sobrecogen las consecuencias económicas. Un baile de cifras inimaginable que solo ponemos cara cuando vemos las referidas al paro actualizadas esta semana, los ERTE y ERE, las perspectivas brumosas de empresarios, de un modo más intenso, de pequeños autónomos que suelen ser los que conforman el tejido social de las ciudades y los pueblos, pero también de determinadas multinacionales que aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid para hacer sus ajustes de rentabilidad.

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