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Tengo una visita en casa. Escribo junto al covid, lo tengo alojado en mi cuerpo como conviviente. Ya tenía yo ganas de echarle el guante a este bicho y ponerle en su sitio.
Como se ve, no me han servido de mucho las precauciones extremas, ... la mascarilla, el sol, ni los complejos vitamínicos ante un virus que se cuela en nuestras vidas de forma traicionera, como si de Roger Casement se tratará para ser ajusticiado ('El sueño del Celta'. Mario Vargas Llosa) porque ahora ya le ganamos la partida.
Tomen precauciones pero tendrán con él una segunda cita como enseña a diario un programa de 'prime time' lamentable y además pasarán por la horca caudina de un test de antígenos positivo con esas dos rayitas horizontales y maliciosas.
La primera cita fue la vacuna con la presencia amortiguada del virus o con su ARNm y ahora toca la segunda para conocerlo íntimamente. La verdad es que se encuentra uno hecho polvo, como si le hubiera atropellado un camión de toses, rinorrea y fiebre, pero en el fondo contento al estar pasando el trago con dignidad y haber conocido de primera mano su mala uva. Pero ya digo, estén tranquilos porque se pasa 'medioquetal'.
Como médico, y además como paciente que ha lidiado y superado pruebas mayores en plazas más exigentes, tengo cierta curiosidad malsana, nunca mejor dicho, por conocerlo de cerca y ya me asaltan diferentes reflexiones:
La primera es sin duda la eficacia demostrada de la vacuna. En este momento pienso en aquella pobre gente que se abrazó a la pandemia sin saberlo en los primeros meses de 2020 a pecho descubierto, sin conocer nada de lo que se les venía, solos, rechazados y mal contados mientras se despedían de los suyos por WhatsApp dictado entre lágrimas.
Es que el amor funciona en estos tiempos en calderilla. Amigos que se fueron abandonados mientras se podían visitar ultramarinos o peluquerías y no se les podía acompañar aunque fuera con EPI. Algún día se sabrá bien la verdad de las cosas. Es lo mínimo que podremos hacer por ellos. Pero existe otra reflexión inevitable y plena de reconocimiento: el enorme éxito de haber podido confeccionar una vacuna en un año soslayando burocracia y dificultades. Por una vez el mundo reaccionó al unísono como debía, es cierto que amedrentado, pero reaccionó.
Conociendo por oficio como se las gastan los organismos internacionales (FDA, Agencia Europea del Medicamento) y el típico egoísmo de cada país fabricante es un milagro que se haya conseguido.
Cuesta trabajo reconocerle a la industria farmacéutica este éxito sin precedentes que logró una vacunación casi universal, que inmuniza más del 90 por ciento y es segura. Cuando están los dólares por el medio como compensación es difícil y cuesta admitir el esfuerzo y el acierto. ¡Hagámoslo!, lo demás sería injusto. A ellos les debo estas letras.
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