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Uno. No, no aludo a la guillotina de la Revolución Francesa, no me estoy acordando de Robespierre («El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible»). Me viene a la memoria la Reina de Corazones, de 'Alicia en el país de ... las maravillas', quien cada dos por tres decía: ¡A ese que le corten la cabeza! ¡A esa, también! Y relata Lewis Carroll: «Un solo método tenía la reina para resolver los problemas, grandes o pequeños».
Según cuenta la prensa, el presidente Miguel Ángel Revilla se equivocó: celebró un almuerzo de trabajo en un restaurante y el espacio no estaba del todo abierto. También dicen que fumó un puro. La exigencia de los que filmaron la escena, y también de otros ciudadanos y grupos, ha sido rotunda: ¡Que dimita! (las imágenes no me gustaron: ¿eso es crítica política? ¿Esas formas son correctas?).
Claro que hay actuaciones que merecen la dimisión o la destitución. Los que ejercen un puesto de representación política deben ser especialmente autocríticos y, por otra parte, tanto la oposición como los ciudadanos debemos exigirles un plus de ejemplaridad. Pero pedir la dimisión por una insignificancia retrata al que lo exige con tanta vehemencia. En mi opinión, esas graves demandas hay que usarlas con rigor, con medida. El trazo grueso no es bueno. Sé que la mujer del César también debe parecer honrada, y sé que los gestos son importantes, pero, hombre, como seamos tan escrupulosos la política y la vida cotidiana van a ser asfixiantes, van a rodar demasiadas cabezas.
En estos días otro político se ha visto envuelto en una polémica: Joaquín Leguina, expresidente socialista de la Comunidad de Madrid. Se comenta que la dirección del PSOE pretende abrirle un expediente de expulsión. Han señalado que su 'pecado' ha sido apoyar a la candidata del PP Isabel Díaz Ayuso (Leguina ha declarado que el verdadero motivo es su severa crítica a la política del presidente del Gobierno y Secretario General de su partido, Pedro Sánchez).
Las 'purgas' en el seno de los partidos también son habituales; en bastantes ocasiones quedan en papel mojado grandes palabras como: democracia interna, escuchar y respetar a las voces críticas...
Por cierto, en el ámbito de la política permanentemente se pide la dimisión del contrario, pero pocas veces se critica al miembro del propio grupo (la vara de medir cambia, la ley del embudo es común).
En muchos casos detrás de la crítica de un mal comportamiento o una equivocación no está la pretensión de contribuir a desarrollar una sociedad o una organización mejor, sino una estrategia para hundir al adversario y ocupar una posición de poder: se trata de una lógica simple: «Que se quite él para ponerme yo».
Dos. En ámbitos muy diversos enseguida se reclama que funcione la guillotina. En la sanidad, en la enseñanza, en la administración, en muchos servicios públicos (y también en empresas privadas), cada vez es más frecuente que un usuario denuncie o ponga una reclamación.
¿Se está produciendo algo próximo a la ley del péndulo? Antes, en la sociedad tradicional, el ciudadano no era nadie, carecía de derechos y algunos burócratas le trataban sin ninguna consideración. Ahora, en la sociedad moderna, afortunadamente, el ciudadano tiene derechos.
El problema es que algunos utilizan de forma poco correcta su derecho a protestar, a reclamar, a quejarse. Empieza a ser frecuente que algunos servidores públicos tengan miedo a que, por la mínima, por haber cometido un pequeño error, por no haber sabido explicarse correctamente, o simplemente porque alguien considera que no ha utilizado un tono adecuado al dirigirse a él, le pongan una reclamación. El resultado de esa queja es claro: la máquina burocrática se pone en marcha, el expediente se tramita y el empleado-funcionario pasa a ser sospechoso; en ocasiones debe tratar de convencer-demostrar que no ha cometido la falta de la que se le acusa. ¿Y qué le sucede al denunciante si se demuestra que no tenía razón? Pues nada.
Con cierta frecuencia la prensa informa de una agresión a un sanitario o a un profesor; los insultos y las denuncias a policías y guardias civiles no resultan extraños. Los casos que puedo relatar relativos a ámbito de la enseñanza son muchos. Hasta hace poco el profesor siempre tenía razón, ¿ahora?
Tampoco es extraño que en una comunidad de vecinos alguno se dedique a amenazar con denuncias al resto de los que viven en el edificio.
Si prestamos atención a los programas del corazón comprobamos que los protagonistas de esas informaciones-espectáculos, famosos y periodistas, se pasan todo el día en los tribunales y amenazándose con denuncias.
Tres. En un programa de televisión, Ramoncín dijo: «Hay que tener mucho cuidado, hay mucha gente apuntando». Pues sí, me parece que hay mucho inquisidor suelto. Que nadie lo dude, como a cualquiera de nosotros nos miren con lupa seguro que descubren alguna mancha. Los seres puros, inmaculados, perfectos, no son humanos. Todos nos equivocamos, todos cometemos errores, todos tenemos un mal día, pero ¿por cualquier cosa hay que condenar a la hoguera?
Concluyo. Si nos dedicamos a vigilarnos mutuamente estaremos creando una sociedad autoritaria, intransigente; el ambiente será irrespirable. El proyecto debe ser desarrollar una sociedad de seres libres, donde reine la tolerancia, la empatía, la flexibilidad, la capacidad de aceptación del fallo de nuestro vecino.
Dice Machado, en 'Juan de Mairena': «Si se tratase de construir una casa, de nada nos aprovecharía que supiésemos tirarnos correctamente los ladrillos a la cabeza».
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