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Covid-19: Salud versus Economía. Ajuste fino
ANÁLISIS ·
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ANÁLISIS ·
Paul Romer, Nobel de Economía, tiene claro que para volver a la normalidad económica es necesario rebajar la incertidumbreA raíz, sobre todo, del comienzo de la desescalada, se ha generado en nuestro país un debate que, desde mi punto de vista, es falso; ... en esencia, se plantea qué es primero ¿la economía o la salud? Si, por ejemplo, nos atenemos a la respuesta oficial ofrecida por la Comunidad de Madrid, es obvio que lo primero es la economía; si, por el contrario, prestamos atención a Castilla y León o a Cataluña, parece que la salud sería lo prioritario.
Dado que este planteamiento es, en sí mismo, bastante tramposo, resulta agradable constatar que gente tan sensata como Paul Romer, Premio Nobel de Economía en 2018, tiene muy claro que, para volver a la normalidad económica, es necesario rebajar la incertidumbre a niveles previos a la aparición del Covid-19 y que, para ello, es necesario erradicar el miedo al contagio que nos aprisiona; esto exige, a su vez, controlar la propagación del virus. En definitiva, aunque hay quien quiere poner el carro delante de los bueyes, parece obvio que sin una buena salud no puede haber vuelta a la normalidad y, sin ésta, la economía no puede funcionar a plena capacidad.
¿Cómo podemos volver, entonces, a la normalidad? Reconociendo que esto será difícil y llevará tiempo, tengo para mí que, entre la multitud de propuestas existentes, hay dos que sobresalen de forma muy clara. Una de ellas, precisamente, es la realizada por el propio Romer. De acuerdo con la misma, lo que hay que hacer son test masivos y fiables a toda la población, y aislar a la gente que esté infectada. ¿Sería esto posible en España? Si trasladamos los cálculos de Romer a nuestro caso, el coste de esta operación sería (hasta que se descubriese una vacuna y/o tratamientos) de unos 1.125 millones de euros al año, que parece una cifra descomunal, pero que no lo es tanto si consideramos que, por persona, supondría unos 240 euros por año. Como dice Romer, si venimos gastando al menos la mitad de esa cantidad en refrescos, ¿no podemos gastar, como Estado o individualmente como ciudadanos, el doble en test Covid-19? Es obvio que si, aislando a los positivos, nos garantizamos que no estamos contagiados ni nos van a contagiar, la rentabilidad de esta inversión (pública y/o privada) sería enorme: la vuelta a la normalidad económica y, con ello, evitar una nueva gran depresión.
La segunda propuesta, de la que ya hemos hablado en ocasiones anteriores, discurre, digamos, por caminos más trillados. Se trata de que ahora más que nunca es necesario recurrir a la palanca del Estado, incrementando hoy el gasto público todo lo que se pueda para en el futuro, y cuando la situación económica lo permita, reducirlo para aminorar todo lo posible el déficit y la carga de la deuda. Esta propuesta es, en esencia, la que están siguiendo la mayoría de los gobiernos, incluido el español. Se trata, en primer lugar, de poner toda la carne en el asador (gastar lo que haga falta) tratando de controlar la propagación del virus y ayudando a empresas y ciudadanos a capear el temporal lo mejor posible; en nuestro caso, por ejemplo, con los ERTE y con las ayudas suministradas a los más necesitados. Cuando el virus esté controlado, el empleo de cantidades ingentes de gasto público seguirá siendo absolutamente necesario bien que, ahora, de forma más selectiva, sobre todo en lo que afecta al sostenimiento de la actividad empresarial. Si todo esto funciona de forma más o menos correcta (y se produce simultáneamente en otros países de manera similar), llegará el momento de empezar a retirar estímulos y, por lo tanto, de reducir el gasto público, el déficit y la deuda.
El problema, sobre todo con las fases segunda y tercera, es triple: por un lado, qué sectores y/o actividades deben ser prioritarios para las ayudas públicas; por otro, cómo deben modularse esas ayudas; y, por último, cuándo hay que empezar a retirarlas y a qué ritmo. Estas cuestiones, que en la literatura económica se conocen como 'ajuste fino' ('fine tuning') y se plantearon ya en época de Keynes, son, por su propia naturaleza, las más difíciles y, por lo tanto, deben plantearse con sumo cuidado. En todo caso, y al contrario que en el juego de las siete y media, creo que sería mejor pasarse en su cuantía que quedarse corto y, por supuesto, nunca precipitarse a la hora de retirar estímulos
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Ana del Castillo
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