Crecimiento económico: un horizonte muy gris
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O trabajamos más años y abrimos puertas a la inmigración o por el momento tendremos tasas de desarrollo muy comedidasAun cuando la aplicación de la ley de los grandes números y el empleo de técnicas econométricas facilitan mucho las cosas, es evidente que, por ... aquello de tratar con decisiones humanas, siempre es complicado hacer previsiones económicas a medio y largo plazo. En los tiempos actuales, de enorme incertidumbre económica, social y política, esta tarea se vuelve incluso más difícil; aun así, se sigue realizando de forma recurrente y continuada, quizás porque, aunque yerre, ofrecen una guía útil acerca de por dónde pueden ir los tiros.
Pese a los peligros de enquistamiento de la inflación de los que hablábamos la semana pasada, nadie considera que, en el horizonte temporal antes mencionado, la inflación pueda mantenerse en niveles similares a los de hoy en día. Esto es, se espera que, antes o después, la inflación remita de forma sustancial, aunque no tanto como para volver a registros como los de los últimos años (en los que, recordémoslo, el temor era a la deflación). Ahora, y de acuerdo con las previsiones más optimistas, se estima, para el mundo desarrollado, una inflación media entre el 2 y el 3% anual, al tiempo que las más realistas la sitúan al menos un punto por encima. De cumplirse estas previsiones, ¿será posible que nuestras economías mantengan elevados niveles de crecimiento y, por tanto, siga mejorando el bienestar de la ciudadanía?
Con todas las cautelas propias del caso, la respuesta a la pregunta anterior no parece que vaya a ser positiva. Un tanto en línea con la hipótesis del 'estancamiento secular' de la que habló inicialmente Alvin Hansen, las previsiones sobre actividad económica consideran que tasas de crecimiento real bajas, en torno al 1-2% del PIB, serán las más probables en los próximos años. ¿Por qué? Pues, como casi siempre en economía, por la conjunción de varios fenómenos.
Uno de estos fenómenos está relacionado con el enquistamiento de las expectativas de inflación, el cual, al complicar las decisiones de consumo e inversión y, por lo tanto, retrasarlas, perjudica, directamente, al crecimiento económico. De ahí que rebajar tales expectativas constituya una tarea primordial de la política económica. Si a esto unimos la conveniencia y/o necesidad de desarrollar políticas fiscales menos expansivas, parece que, en materia de crecimiento económico, pintan bastos.
De todas formas, el hecho de que no se esperen tasas de crecimiento económico elevadas proviene, en esencia, del comportamiento de dos factores que, en sí mismos, nada tienen que ver con la inflación o la deuda pública: el crecimiento de la población activa y las ganancias de productividad. El primero de estos dos factores, el crecimiento de la población activa, parece bastante comprometido en el futuro dado que, a su vez, depende del comportamiento de otros tres factores con perspectivas complicadas: la tasa de natalidad, el grado de envejecimiento de la población, y la actitud hacia la inmigración. Puesto que la tasa de natalidad es históricamente muy baja y el envejecimiento de la población es muy elevado y creciente, la única salida posible para mantener una población en edad de trabajar similar a la actual o incluso mayor, amén del parche de elevar paulatinamente la edad de jubilación, radica en abrir las puertas a la inmigración. ¿Seremos capaces de hacerlo y, aunque sólo sea por motivos egoístas, desplegar una actitud mucho más abierta y receptiva hacia este fenómeno?
Si la respuesta a la pregunta anterior es negativa, la única alternativa posible para lograr un crecimiento económico relativamente elevado es a través de ganancias de productividad. Y aquí, por desgracia, nos encontramos con un interrogante de enormes proporciones. Aun cuando la evidencia empírica de muy largo plazo muestra una ganancia tendencial de la productividad, en ocasiones incluso a ritmos muy acelerados, lo cierto es que, en las últimas décadas, pese a la revolución digital y a las enormes mejoras en materia de tecnologías de la información y la comunicación, tales ganancias han sido muy reducidas o brillado por su ausencia. ¿Seguirá siendo esto así en el futuro? A muy largo plazo es probable que, con avances tecnológicos hoy difíciles de imaginar, podamos retornar a la senda de crecimiento tendencial de la productividad; en un horizonte temporal más cercano (entre, digamos, un lustro y una década) la probabilidad de lograr mejoras sustanciales de la productividad parece, sin embargo, bastante lejana.
Conclusión: o trabajamos más años y abrimos las puertas a la inmigración o, al menos de momento, nos resignamos a tasas de crecimiento muy comedidas.
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Ana del Castillo
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