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Ángel Campo llegó a Langre empapado y con tiritona. Venía desde Liermo, monte a través, con cuidado de que nadie lo viera. Alto y delgado, aparentaba diez años menos que sus 64. La noche de finales de noviembre se le echaba encima. Llovía a cántaros ... y hacía frío. Tomó el camino del cementerio del pueblo en el que se había criado. La verja estaba cerrada. Saltó el muro. Buscó un nicho vacío. Eligió uno a ras de suelo, el más próximo a la entrada. Se introdujo en él con los pies por delante. Plegó la gabardina que se había quitado y la acomodó bajo su cabeza. Allí tendido, cogió la escopeta que llevaba consigo, presionó los dos cañones contra su mandíbula y disparó.
Decía Miguel Delibes (1920-2010) que uno de los defectos del periodista contemporáneo «es el afán por el morbo, por sacar las cosas de quicio». La reflexión partía de una mala experiencia como entrevistado. Aplicado al periodismo de sucesos, creo que lo que degrada el oficio es el exceso, el abuso, el convertir la información en espectáculo y a los dolientes en estrellas, el rellenar tiempo y espacio con reiteraciones, suposiciones y testimonios vacuos. Lo que me parece inevitable y humano es sentir atracción por esos contenidos. Remueven emociones muy profundas. Empatizamos con las víctimas y con su sufrimiento, desde una posición de alivio por no ser una de ellas. Nos da miedo acabar en su lugar y nos perturba la posibilidad de transmutarnos en homicidas. Por eso necesitamos saberlo todo sobre tragedias como la de Liermo: quiénes, cómo, por qué...
Antes de suicidarse, Ángel Campo mató a siete vecinos de ese pueblo de Ribamontán al Monte que apenas tenía una veintena de casas dispersas y medio centenar de habitantes. Liermo es el Puerto Hurraco de Cantabria. Fue escenario del séptuple crimen en 1980, diez años antes de que los hermanos Izquierdo asesinaran, también a tiros de escopeta, a nueve personas, entre ellas dos niñas, e hirieran a otra docena en esa pedanía de Badajoz. Rencillas entre familias que se avinagran, odios rumiados durante años, venganzas, disputas por un trozo de tierra. Todo eso está detrás de esas matanzas de aldea que hacen época.
El suceso es una forma genuina de noticia, el hecho puro y duro, lo que acaece, interesa e impacta. Las buenas crónicas de sucesos ahorran en adjetivos y abundan en detalles, como los que guardan las hemerotecas sobre el caso que nos ocupa.
Manuel Veci trajinaba en la cuadra en compañía de su sobrina cuando fue abatido de un disparo por Ángel Campo. Fue su sexta víctima. La niña saltó por una ventana del establo y corrió hasta su casa. Cerró de un portazo. Se percató tarde de que las llaves estaban en la cerradura por fuera. Su perseguidor entró de un empujón. Elisa Veci oyó los gritos de su hija y se dirigió hacia allí. Casi se da de bruces con el cazador, que disparó y la alcanzó de lleno en el cuello. La mujer cayó al suelo y, por instinto, se hizo la muerta. Él la agarró del pelo y le levantó la cabeza, pero ella aguantó. Concepción Cruz llegaba en ese instante desde el piso de arriba. Ángel le descerrajó un tiro y ella se desplomó junto al cuerpo de su hija. Elisa tiró con disimulo del vestido de su madre en un intento de que la imitara. Pero la abuela Concha no dejó de gemir. Ángel le encañonó la cabeza. El segundo impacto abrió un boquete en el suelo bajo la séptima víctima.
«El periodismo es un borrador de la literatura, y la literatura es el periodismo sin el apremio del cierre». La frase es también del novelista vallisoletano y exdirector de El Norte de Castilla. El periodismo sin prisa fue elevado a obra de arte por Truman Capote en 1965 con su novela de no ficción 'A sangre fría', en la que trabajó seis años. El escritor y reportero norteamericano relató el asesinato de Herbert y Bonnie Clutter y sus dos hijos menores, los adolescentes Nancy y Kenyon, cometido sin motivación aparente en 1959. Escudriñó la historia de esta familia modélica de un pueblo de Kansas, pero también la de los dos condenados por el cuádruple crimen, los expresidiarios Perry y Dick, a los que entrevistó antes de que los ejecutaran en la horca. Investigó, indagó, recopiló testimonios con ayuda de su amiga Harper Lee, autora de 'Matar un ruiseñor'. No dejaron sin respuesta ni una pregunta que la tuviera.
Debieron de ser los quince minutos más largos de la vida de Elisa Veci, tendida en el suelo mientras sangraba del cuello, con su madre fallecida al lado, con sus cinco hijos refugiados en algún lugar de la casa y con el asesino dentro. ¿Cómo logró fingirse muerta la única superviviente de los disparos del cazador? ¿Por qué él se quedó en la vivienda un cuarto de hora? No creo que sea morbo querer averiguarlo. ¿Qué pensó aquel hombre antes de pegarse un tiro en el nicho? Nunca lo sabremos.
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