Crisis en la industria cántabra
ANÁLISIS ·
Hay que desarrollar una política nacional que permita reducir el coste de la energía y una política nacional y regional que prime la inversión en I+D+iSecciones
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Hay que desarrollar una política nacional que permita reducir el coste de la energía y una política nacional y regional que prime la inversión en I+D+iA tenor de las informaciones y comentarios que, un día sí y otro también, se vierten sobre el particular, es evidente que la industria de Cantabria, como la española y la europea, está pasando por un momento de crisis. Aunque me referí a esta cuestión ... hace cuatro semanas, los últimos acontecimientos sobrevenidos, en particular el cierre de Sniace, parece que hacen conveniente volver sobre el asunto.
Al abordar un tema de tanta trascendencia como éste, hay que ser muy cuidadoso para no emitir opiniones huecas y, sobre todo, para diferenciar situaciones. La primera cuestión a dilucidar sería, parece lógico, la de qué se entiende por crisis. En este sentido, y haciendo uso de las cifras suministradas por la Contabilidad Regional de España publicada por el INE, cabría decir que la industria cántabra no está en crisis ya que su peso en el VAB regional es, en 2018, prácticamente el mismo que tenía en 2007, justo antes del inicio de la recesión económico-financiera: en torno al 21,6% si tomamos el conjunto de la industria y al 18,3% si prestamos atención únicamente a la industria manufacturera.
¿En qué sentido, entonces, es posible hablar de crisis industrial? Pues en el de que el VAB del sector, expresado en volumen (esto es, en términos reales) y sobre una base igual a 100 en 2015, es bastante menor ahora que en 2007: 117,3% antes de la crisis y 109,9% en 2018. En concomitancia con esta caída del VAB real, también estamos en crisis en el sentido de que el empleo industrial cántabro entre las fechas mencionadas se redujo de forma muy intensa (20,6% en toda industria y un poco más, 20,9%, en las manufacturas), mucho más, en todo caso, que en el conjunto de la economía.
Sea como fuere, no deja de ser cierto que la crisis industrial no afecta a todo el sector por igual. Recientemente, el emblemático caso de Sniace ha reclamado la atención de los medios y los políticos y, quizás con demasiada ligereza, se ha achacado el mismo al uso intensivo de energía por parte de la fábrica y, más en concreto, a que haya expirado el periodo de ayudas al sector, con la consiguiente suspensión de Cogen del contrato de suministro y gestión de energía a la planta. Pues bien, aunque como en el caso de la también emblemática Ferroatlántica, una parte de los problemas de Sniace pueda tener esa motivación, lo cierto es que en el caso de la factoría torrelaveguense los problemas vienen de lejos (véase el reciente artículo de Ángel Agudo en este diario). Llevo treinta y tres años viviendo en Cantabria y desde el principio he sido testigo de que, por una u otra razón, Sniace estaba en el filo de la navaja; cuando esto sucede así, y sin culpar a nadie, me atrevería a decir que lo que ha habido es, sobre todo, un problema de gestión.
Dicho esto, y volviendo al caso general de la industria cántabra, la cuestión es, como se indicaba en el primer párrafo, que la crisis no es sólo regional, sino también nacional y europea, lo que hace la salida de la misma más difícil. Las causas son, con toda seguridad, múltiples, pero tengo para mí que la incertidumbre derivada de las guerras comerciales propiciadas por la Administración Trump y de la salida del Reino Unido de la Unión Europea se encuentran entre las más importantes. En el caso español, además, no me cabe ninguna duda de que el nuevo marco regulatorio (retributivo) de la cogeneración de energía por parte de las empresas electrointensivas (no se sabe por cuánto tiempo, pues, de momento, sólo hay un borrador de proyecto sobre el particular) está influyendo negativamente sobre una parte de la industria cántabra (siderometalúrgica y química, sobre todo), pues el precio de la energía es muy superior al de nuestros principales competidores comunitarios.
En estas circunstancias, tal y como apuntábamos el pasado 2 de febrero, las únicas soluciones existentes son a medio y largo plazo y pasan, necesariamente, por una adaptación de nuestra industria a los retos tecnológicos, digitales y energéticos, que permitan que la misma sea más competitiva. Para ello, hay que desarrollar una política (nacional) que permita reducir sensiblemente el coste de la energía, una política (nacional y regional) que prime la inversión en I+D+i, y una política (fundamentalmente regional) que fomente la transformación digital de las empresas y la formación pertinente de sus empleados.
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