Crisis de liderazgo
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ANÁLISIS ·
Las artimañas tácticas de Sánchez y la indefinición de Casado alejan a los dos grandes partidos del gran acuerdo para la reconstrucciónLa pandemia del coronavirus destapa el déficit de liderazgo que impera en lo más alto del escalafón de la política nacional. Pedro Sánchez y su ... Gobierno se muestran todavía más solos y vulnerables que al principio de la crisis y tienen que recurrir a su especialidad, el regate en corto, para salvar la cuarta prórroga del estado de alarma mediante un apaño in extremis con PNV y Ciudadanos. Y de paso, para robarle la merienda a Pablo Casado, que deambulaba con su voto indeciso entre el sí, el no y la definitiva abstención, entre la lealtad institucional y el deseo de desgastar al Gobierno, incapaz de imponer orden y criterio entre el guirigay de voces diversas de los barones autonómicos del PP. Con este percal político afronta España la mortecina 'desescalada', sin visos de un gran acuerdo nacional que aliente la reconstrucción de la economía y el empleo que se desmoronan hacia niveles catastróficos
A Pedro Sánchez, el mando único que con tanto celo intenta preservar no le ha proporcionado una gestión eficaz de la pandemia, que ya se ha cobrado 26.000 muertos, según el benevolente cálculo oficial, y le ha enfrentado con la oposición, con las comunidades, con la hostelería, el comercio, el turismo o la educación. Hasta sus aliados externos de ERC le abandonan, por no hablar de los goles por la escuadra que de vez en cuando le meten los socios gubernamentales de Unidas Podemos. Para mantener el estado ha tenido que pactar apresuradamente con el PNV, a cambio de respaldar los planes electorales de Urkullu, y otorgar algunas concesiones a Ciudadanos, que intenta ganar algo de visibilidad política con Inés Arrimadas al mando, entre los recelos del independentismo y Unidas Podemos y las ronchas que ha levantado en el propio partido naranja.
En todo caso, mantener el estado de alarma por los pelos con apoyos minoritarios durante algunas semanas, o concertar con patronal y sindicatos la extensión de los ERTE hasta el 30 de junio, sirve al Gobierno para salir del paso, pero no es el gran acuerdo que España precisa para abordar una crisis sin precedentes, para negociar en las mejores condiciones la imprescindible ayuda de Europa, porque eso requiere la colaboración estable de los dos grandes partidos nacionales.
Sánchez sólo pide el apoyo del PP cuando no tiene más remedio y además lo quiere 'gratis total'. Casado intenta lucir como jefe de la oposición, pero su papel en esta coyuntura crítica queda diluido en varios ámbitos. Por un lado, frente a la dureza sin reservas de Vox contra el Gobierno, y por otro, frente a los propios dirigentes del PP que ejercen el poder, por ejemplo Díaz Ayuso y Almeida en Madrid, o Núñez Feijóo en Galicia.
La presidenta madrileña y su partido, disparados en las encuestas hace unos días, ahora están en la picota, luego de que la directora de Salud Pública dimitiera bruscamente por estar en desacuerdo con solicitar el avance en la 'desescalada' que finalmente el Gobierno no ha autorizado. El PSOE y Unidas Podemos festejan, naturalmente, el patinazo de Díaz Ayuso, el principal referente del PP en la lucha contra la pandemia. El empujón al precipicio se lo ha dado Ciudadanos, su socio en Madrid, que se ha convertido en el nuevo amigo del Gobierno Sánchez.
Esta es la altura del debate: a la política nacional le cuesta remontar el vuelo rasante. Ha dicho el presidente extremeño, Fernández Vara, en un desahogo autocrítico, que esta crisis se llevará por delante a toda la clase política. No será para tanto. De momento, la única que se va seguro, vaya por Dios, es Angela Merkel, aclamada por los alemanes por su gestión de la pandemia, que comparada con los diminutos liderazgos que imperan en Europa y en América parece una gigante.
Cantabria sí avanza a la fase uno del plan de 'desescalada' por la evolución positiva de los datos sanitarios, aunque persiste la preocupación por el eventual rebrote de la plaga porque los mecanismos de control y protección son todavía deficientes. Habrá que ver si la progresión hacia la normalidad anima un poco la actividad productiva y ceden el desconcierto, la falta de confianza y la desmoralización por una economía desmantelada y por las terribles cifras del paro.
Ahora hace falta también que llegue el dinero del Estado que, aunque no sea nada del otro mundo, algo mejorará el humilde plan de choque de Cantabria contra la crisis. El presidente Revilla tiene desde hace días un mal pálpito sobre la generosidad del Estado y anticipa que denunciará la mezquindad si se produce. Bien, la reivindicación a Madrid es el distintivo permanente del regionalismo y de su líder -antes, grandes infraestructuras; ahora, fondos para paliar los efectos de la pandemia-. Lo novedoso es que el vicepresidente y líder del PSOE cántabro, Pablo Zuloaga, ya ha tildado de injusto el trato que calcula para Cantabria: 180 millones, como mínimo 20 menos de lo que le corresponde. Por comedido que sea el pronunciamiento, Zuloaga toma distancia del obediente aplauso del aparato socialista a cualquier decisión del Gobierno Sánchez. El vicepresidente corre algún riesgo por su queja oral y por escrito, a ver si por lo menos sirve de algo.
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