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Desde que Tocqueville le dio forma (c. 1840), la idea de que la democracia es una religión civil no ha cesado de dar vueltas en la cabeza de los pensadores. Los mitos de la identidad étnica (biológica) y la identidad religiosa (espiritual) se juntan por ... medio del relato histórico dando a luz la política, tal y como la conocemos desde Platón. Así, pues, el nexo entre religión y política es muy fuerte; hasta el punto de que la filosofía, entendida como fuente que proporciona dirección (principios) y sentido (razón de ser) a la existencia, es el fruto de la cohabitación entre ambas. La separación teórica establecida de forma racional –limitar la política a resolver los conflictos de interés que genera la convivencia, mientras la religión proporciona dirección y sentido a la existencia– no funciona en la práctica. La religión busca influir en las normas de convivencia, y la política busca el establecimiento de principios morales más allá de las normas. La herramienta que han gestado juntas no admite la división en compartimentos estancos que les impedirían alcanzar sus metas. Como consecuencia, ambas pretenden imponer su primacía.
Debido a que –ciertamente– el mundo es un valle de lágrimas, y no sólo a causa de la miseria material (la cuestión social) sino de la miseria moral (la ubicua presencia del mal) que voluntaria o involuntariamente nos infligimos unos a otros, los políticos experimentan la tentación del populismo. Con frecuencia no resisten el impulso de socializar totalmente la política, lo que indefectiblemente lleva a cualquiera de las variantes de la autocracia. En el caso de la izquierda, hasta el extremo de la dictadura del proletariado (Stalin, Mao, Castro, Chávez); en el caso de la derecha, hasta la teocracia (Franco entrando en las catedrales bajo palio con los obispos haciendo el saludo fascista). 'Mutatis mutandis' esto aplica tanto al nacionalismo catalán como al español, de puertas adentro, y al florecimiento de los nacionalismos en general.
Es indudable que tanto política como religión deben acusar recibo de la demanda de respuestas por parte de la sociedad; pero sin perder de vista que la verdadera solución está fuera de su ámbito. No deben permitir que la urgencia desvirtúe su cometido específico, so pena de condenarse al fracaso. Como refleja el práctico abandono de la política por una mayoría de ciudadanos, mientras la religión sucumbe al paganismo y la idolatría de unos y la superstición de los otros. Como señala el gran filósofo polaco Lasek Kolakowski: a menudo se ha acusado a la Iglesia de abandonar a los pobres y centrar su atención en cuestiones del otro mundo, justo cuando estaba ocurriendo todo lo contrario. La Iglesia se había implicado en las cuestiones temporales al punto de comprometer sus valores eternos, dando pie a la confusión entre lo sagrado (religión) y lo profano (política); se dejó cautivar por las estructuras sociales vigentes e incluso llegó a sugerir que éstas se fundamentaban en inmutables valores cristianos. La Iglesia se puso al servicio de los poderes establecidos, se comprometió con un determinado orden temporal (político-social) a costa de su mensaje intemporal.
Se puso así de manifiesto la voluntad de instrumentalizar la idea de Dios, convirtiéndolo en una herramienta para el logro de los fines profanos perseguidos por una determinada causa, entrando en contradicción con los fines sagrados de la religión. Contra esto reaccionó, al final de la II Guerra Mundial, la aparición simultánea de partidos democristianos en Francia Italia y Alemania que, a pesar del nombre, surgieron como partidos no confesionales inspirados en el mensaje de amor al prójimo (es decir al diferente) proponiendo la cooperación entre los contendientes de la guerra mundial, amén de la superación de la lucha de clases mediante la cooperación entre empresarios y trabajadores.
Pero la tensión constante entre las acciones temporales y su finalidad sagrada (una contradicción irresoluble) exigía continuos esfuerzos reequilibrantes, lo que produjo un desgaste cuyo precio ahora nos resulta evidente. La democracia cristiana empezó a hacer agua en Italia convirtiéndose paulatinamente en partido abiertamente confesional, apoyado por el Vaticano y las órdenes religiosas. Se traspasó la línea divisoria profanando una vez más la finalidad sagrada de la Iglesia. La consecuencia no buscada fue echar leña al fuego de la descristianización.
En España, la iniciativa democristiana más genuina la lideró Joaquín Ruiz Jiménez junto a un grupo de jóvenes intelectuales que editaban 'Cuadernos para el diálogo', su órgano de expresión. Pero no sobrevivió a la Transición. Otras corrientes democristianas acabaron diluyéndose en el PP, y la Conferencia Episcopal adoptó posiciones parecidas a las del clero italiano.
Los nacionalistas cristianos (obsérvese la contradicción en los términos) en tanto plantean la Salvación por medios beligerantes se están comportando como apóstatas del mensaje evangélico. Repetiré una vez más que la cultura cristiana no exige poner literalmente la otra mejilla, pero sí que se practique la tolerancia con los diferentes. Recomiendo a los interesados en el tema que desentierren de donde se encuentre la colección de 'Cuadernos' y los analicen con mucha atención.
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