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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre lo fácil que resulta que las modas más originales y novedosas te acaben afectando de lleno, incluso aunque tú las veas completamente ajenas a ti. Ocurriome así hace ya algunos años, en 2014, con eso que ... se dio en llamar 'crowdfunding', que es un método de financiación de proyectos basado en la colaboración de muchas personas que ponen un dinerillo, el que quiera cada cual, para que el promotor del invento no tenga que pasar por los tradicionales y aburridos préstamos bancarios, a los que, al final, hay que devolver el dinero con intereses. Cuantas más personas participen con más dinerillo, más se recaudará y más cuantía se podrá emplear en el desarrollo del proyecto.
A ver, como idea, está bien, pero es más vieja que el mundo; la diferencia con lo de antes es que el 'crowdfunding' se hace con ese nombre en inglés, tan evocador y moderno, y, específicamente, a través de internet, con lo que el solicitante se evita la vulgaridad de pedir el dinero de palabra y recibirlo en mano. Pero, como te digo, el método es muy antiguo y hay ejemplos de sobra conocidos de lo bien que funciona. El más evidente es el que viene predicando la iglesia de toda la vida de Dios, desde tiempo inmemorial: consiste en la petición de voluntarias aportaciones a los feligreses de una parroquia para diversos fines, como atender necesidades de la comunidad, hacer obras de mantenimiento de una capilla, recaudar fondos con fines solidarios, etc. Se denomina 'colecta'.
Una variante similar y más simple que prefieren los particulares es la conocida como 'limosna', ejercida, por desgracia, por muchos menesterosos.
Ha habido otros ejemplos célebres de 'crowdfunding', cuando aún no se llamaba así, como aquel de nuestra folclórica más celebrada, la irrepetible Lola Flores, cuando en 1987, acuciada por Hacienda, que le reclamaba 97 millones de pesetas por no haber ingresado al fisco no sé cuánto dinero, con aquel salero suyo se dejó decir en una televisión que, si cada español «diera una peseta o cien pesetas» (tanto monta), su deuda quedaría cancelada en un pispás.
Algo parecido intentó aquel otro crack de la sabiduría, el por tantos motivos inolvidable Agustín García Calvo, catedrático de filología latina en la Complutense, filósofo y vividor, cuando, apremiado por parecidas urgencias de 10,5 millones de pesetas del año 1993, debidas a un irredento anarquismo que le impedía reconocer cualquier autoridad, incluida la de Hacienda, tuvo la ocurrencia de publicar en El País un anuncio en que pedía a sus lectores y simpatizantes que, si algún beneficio les habían producido sus obras, se sirvieran ingresar alguna cantidad en la cuenta corriente número xxx.
Pues a mí, como te digo, me llegó un día por guasap, en pleno apogeo de los proyectos financiados por 'crowdfunding' que, por lo visto, aún escapaban de las garras de Hacienda, la petición de la esposa de un amigo artista músico, muy conocido, de que ayudara con alguna cantidad a la financiación de cierto proyecto chulísimo que iba a ser la bomba. El mensaje incluía un enlace a una página web en que se detallaba el contenido del proyecto y, creo, la enorme cantidad mínima necesitada. Para facilitar tu aportación, te sugería diversas cantidades que iban desde los 20 euritos, hasta cifras astronómicas. Total que, por no hacer un feo a mi amigo y no quedar como el único miserable de entre sus muchísimos conocidos, teniendo en cuenta diversos factores como el tiempo que hacía que nos habíamos tomado la última copa juntos o las veces que habían salido de juerga nuestros respectivos hijos, pulsé en la casilla del 20, contesté al guasap deseando mucha suerte a la esposa de mi amigo para el proyecto e intenté olvidarme del asunto. Reconozco que no pude hacerlo y que, durante unos cuantos días, al levantarme hacía ejercicios de estiramiento facial, por ver si se me quitaba la cara de tonto que veía en el espejo cuando me miraba.
Pues al cabo de unos meses recibí en mi casa un CD maravilloso con el resultado del proyecto, como agradecimiento por mi colaboración. ¡Qué temazos, qué sonido, qué letras, qué composición, qué armonía...! Seguro que los escuchaste mil veces en la radio. Ahora bien, de los excedentes recaudados y, sobre todo, de los beneficios obtenidos y otras menudencias económicas nunca más tuve noticia ni, por supuesto, parte.
Parece que Hacienda tomó pronto cartas en el asunto y que, en consecuencia, el procedimiento cayó en bastante desuso. Yo todavía sigo preguntándome por qué se dio en llamar 'crowdfunding' a lo que en español castizo siempre se llamó 'sablazo'.
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