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Una sociedad civilizada no puede resignarse sin más a la sistemática violencia ejercida sobre una parte de ella como si fuera una fatalidad inevitable. Treinta y ocho mujeres han sido asesinadas este año en España por sus parejas y ex. Decenas de miles más han ... sufrido agresiones sexuales, físicas y verbales; acoso o amenazas a causa del lacerante machismo que sigue enquistado entre nosotros. Las desgarradoras cifras que arrojan las estadísticas oficiales solo reflejan parcialmente una realidad que en muchos casos aún está sepultada por un manto de espeso silencio. Una tragedia basada en la negativa a asumir que todos los seres humanos tienen los mismos derechos y libertades, lo que perpetúa comportamientos anclados en la delirante creencia de que la mitad de la población está destinada a someterse a los deseos y caprichos de la otra media.
La violencia de género constituye la expresión más cruel de las desigualdades entre hombres y mujeres que sobreviven en pleno siglo XXI. La exigencia de erradicarla será hoy un clamor en la mayoría del planeta con motivo del día internacional contra esa lacra, una movilización que de poco servirá si no va acompañada el resto del año de una labor constante para combatir tal injusticia en sus orígenes y en sus diversas manifestaciones en la vida cotidiana. En medio de una encendida polémica por la aplicación de la ley del 'solo sí es sí', ese objetivo es un compromiso de las instituciones, que han de perfeccionar sus herramientas para mejorar la eficacia en la prevención y persecución de los ataques machistas. Pero también del conjunto de la ciudadanía, cuya creciente sensibilización en esta materia debería extenderse a una decidida lucha contra los estereotipos machistas de cualquier índole y a la adopción de una actitud vigilante ante posibles agresiones que no son un asunto individual, sino un problema de todos.
La labor de los hombres es esencial en ese ámbito. No solo porque la violencia hacia las mujeres surge de ellos, sino porque su rebelión contra quienes la practican y contra actitudes que denigran a la mitad de la población, la cosifican y allanan el terreno a eventuales violaciones de su dignidad resulta imprescindible para ganar esta batalla. Lo es asimismo una pedagogía en los valores de la igualdad desde edades tempranas. Los inadmisibles insultos de una diputada de Vox a la ministra Irene Montero demuestran las extendidas carencias en ese sentido.
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