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Cuando llevamos ya semanas de reuniones aferrados, de una parte a conseguir una investidura y de otra a la constante reclamación de vulnerar la Constitución y que los presos sean amnistiados, conviene repasar las trayectorias profesionales de los encargados de la negociación.
Por parte del ... PSOE, Adriana Lastra solo inició estudios de Antropología y su actividad profesional antes de conseguir notoriedad política, fue la de dependienta de unos grandes almacenes. José Luis Ábalos es maestro de enseñanza primaria, aunque no se sabe dónde ni a quién dio clases y no ha realizado ninguna a otra actividad salvo sobrevivir a múltiples escaramuzas entre el socialismo valenciano. El tercero es un tal Salvador Illa, licenciado en Filosofía, encargado de representar a los socialistas catalanes.
Por el ERC, Gabriel Rufián se graduó en Relaciones Laborales. Antiguo descargador de camiones, es conocido por sus esperpénticas intervenciones en el Congreso de los Diputados, aunque ahora pretende dar la apariencia de persona seria. Josep Jové es profesor asociado de Economía en la Universidad de Barcelona –ojo no titular, porque existe una notable diferencia entre ganar una cátedra o ser nombrado a dedo– y es recordado por haber sido detenido tras dirigir las líneas que debían seguirse en el referéndum que pretendió proclamar la independencia catalana hace dos años. Cierra el grupo una tal Marta Villalba, periodista que es ampliamente desconocida en el mundo de la prensa.
Con estos mimbres, en manos de estos personajes está el futuro del país. Yo no sé a ustedes, pero a mi me produce una sensación de pánico. Por mucho entusiasmo que pongan en sus ideas, por mucha fidelidad mostrada hacia sus jefes, de quienes dependen sus cargos para no regresar a sus oscuros pasados, ninguno de ellos parece poseer el bagaje necesario para asumir la responsabilidad de la misión que se les ha encomendado. Sin desprecio alguno hacia sus dignas profesiones, parece evidente que el traje que les han puesto les viene grande.
¿Pondríamos en manos de un recién graduado en Medicina una intervención a corazón abierto? ¿Dejaríamos que un frustrado estudiante de Derecho llevase un pleito por millones de euros? ¿Permitiríamos que nuestra empresa en crisis fuese dirigida por un entusiasta concejal de pueblo sin más bagaje que haber estudiado Economía, aunque nunca ejerciera su profesión? Pues hemos dejado en manos de un filósofo, un maestro de primaria, un economista, un graduado social, una periodista y una dependienta, nada más y nada menos que el futuro de nuestro país.
Acontecimientos de ultima hora, ajenos a la labor de estos personajes, podrían llevar a la ruptura de las negociaciones y volveríamos a la incertidumbre de los pronunciamientos judiciales, descargando sobre los tribunales cualquier posibilidad de acuerdo. Otra vez, el regreso al punto inicial de partida, enrocados en pretender conseguir la cuadratura del círculo.
¿Qué se puede negociar cuando una premisa fundamental por parte de una de las partes es la liberación de los presos condenados por intentar un golpe de Estado? ¿Hasta qué punto piensa llegar un Gobierno en funciones que buscó la aprobación de unos presupuestos enviando a uno de sus futuros socios a negociarlos en un penal?
Si se llegase a un acuerdo, ¿cómo se van a cumplir las condiciones del mismo? ¿Cuánta indignidad están dispuestos a aceptar la comunidad de los socialistas españoles? ¿Beneficia en algo al país la cesión ante las demandas de quienes no se sienten parte del mismo? Y, por último, ¿realmente es necesario negociar semanas y semanas, sabiendo las respuestas finales? Han transcurrido casi dos años, aferrados en la creencia de que los independentistas cederán en sus posturas o manteniendo como candidato a un personaje con quien ningún constitucionalista quiere pactar, y que ya no puede esgrimirse ni la corrupción ni la personalidad de líderes de la oposición como motivos para despreciar acuerdos. Todos han cambiado, salvo él mismo.
Y ahí estamos, contemplando atónitos cómo se mantiene una farsa sin que sepamos qué se negocia o cómo formar un gobierno abocado a nuevas elecciones en cuestión de meses. Porque cuando las alianzas resultan imposibles, no habrá más solución que volver a consultar al electorado lo que, por muy enojoso que sea, siempre será mejor que un mal pacto, condenado a la parálisis en la acción de gobierno. Porque por mucho que se pretenda, los círculos nunca son cuadrados.
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