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Si un Gobierno del PSOE apoyado en los nacionalismos no ha sobrevividoni siquiera un año, ¿por qué habría de sobrevivir cuatro, en el caso de que la fórmula fuera repetible después del 28 de abril? La única posibilidad parecería ser o que los ... socialistas mejorasen su oferta a los que quieren autodeterminación, o que estos renunciaran a maximalismos, o una combinación de ambos movimientos. Convergencia en un punto más allá del actual estatuto de autonomía: cosa difícil sin una remodelación de la Constitución, para lo cual quizá no exista la mayoría necesaria.
La idea de Sánchez e Iglesias ha sido la de tratar de pactar algo con el nacionalismo catalán para luego plantear al resto de los partidos un «o esto o el conflicto permanente». Pero, por motivos seguramente profundos, ningún Gobierno español, sea cual sea su ideología, puede proponer una innovación autonómica en Cataluña que exija retoques del marco de 1978 sin haberlo consensuado antes con los partidos de ámbito nacional. Exactamente igual que pasa en Cataluña, donde los nacionalistas no pueden imponer a sus propios ciudadanos algo que hayan pactado con Madrid en clave de valores independentistas.
Así pues, antes de cualquier acuerdo que pueda aspirar a una estabilidad, son necesarios dos procesos de aclaración: uno en Barcelona entre los partidos catalanes, para ver qué quiere Cataluña; otro en Madrid entre los partidos con representación en el Congreso, para examinar cuáles serían las líneas maestras de un encaje constitucional de una autonomía catalana algo más amplia, 'ma non troppo'.
Ha sido bien curioso el papel del PNV, que aupó a Sánchez y derribó a Rajoy. A partir de dicho momento, los peneuvistas se quedaron sin poder: pues ya no podían secundar una moción de censura 'de arrepentimiento' contra Sánchez, so pena de carcajada universal, y por tanto todo el poder de la legislatura pasó a manos de sólo dos personas: una prófuga y otra presa. Los viajes y llamadas de Pablo Iglesias así lo testimonian. Con Rajoy, el PNV era la bisagra determinante; con Sánchez, en cambio, fue sólo el proveedor de un cohete que otros iban a teledirigir. Habiendo tumbado a un Rajoy dispuesto relativamente a negociar con la Generalitat, el PNV se condena para después del 28-A o a repetir la situación que ha impedido prolongar esta legislatura y quizá impida una próxima investidura, o a hacer la vista gorda a otro 155. Como decía Tocqueville en sus 'Recuerdos de la revolución de 1848', los hombres se empujan siempre unos a otros más allá de sus designios. No conozco ley de la política con menos excepciones.
Vemos así en funcionamiento el 'Sistema España'. El nacionalismo catalán sirvió de modelo al vasco, que así rebasó su tradicional foralismo, despertando entonces la envidia catalana, cuya reivindicación foralista sería económicamente inatendible por el conjunto de España; ante tal frustración se pasa al mito de la independencia de Cataluña, que a su vez los vasquistas moderados tratan de modular para evitar un efecto búmeran en su casa de Vitoria, pero no renunciando a, ya puestos a 'reinterpretar' fundamentos constituyentes, chupar rueda y desarrollar el 'nuevo estatus' vasco. Mas sobre este tampoco hay consenso en Vasconia: la tercera claridad necesaria.
Lo que el PNV no ha valorado es que, sin acuerdo entre vascos, entre catalanes, y en el seno de las Cortes entre todos, solo habrá 'soluciones' de imposición, que serán o inviables políticamente o generadoras de unos sentimientos muy negativos. Quizá esto es lo que se pretende: forzar innovaciones autonómicas que sean excesivas para el resto de España e insuficientes para los adoctrinados en el nacionalismo, de modo que todos queden descontentos y aspiren a romper la baraja cuanto antes. Este revisionismo amargo y compulsivo mató a la Segunda República. La pregunta es sencilla: ¿por qué se reclama consenso en Madrid cuando no existe ni en Barcelona ni en Vitoria? ¿Por qué se exige a España lo que ninguno de los dos nacionalismos logra forjar en su propia casa, con sus propios catalanes y sus propios vascos?
Los españoles haremos bien en mentalizarnos: el problema de España no es pequeño. Una aritmética similar a la actual volvería a dejar a Sánchez en manos de los mismos, con los mismos planteamientos y el mismo peligro de quebrar la base moral de la convivencia. Una situación de centro-derecha llevaría, por su parte, a intervenir 'sine die' la autonomía catalana. Y cabe preguntar si ello favorecería los pactos de la triple claridad, o más bien los impediría. Esto es, en el plano de la gran política, el jeroglífico que se tiene que votar. O autorizar a Sánchez a que retome una política de concesiones, a riesgo de que la solución malquiste fatalmente a media España con otra media; o autorizar a la 'trifálica' (según la audaz rotulación de la Ministra de Justicia, humorista en su tiempo libre) a intentar una solución desde posiciones más enérgicas del Estado, a riesgo de que el nacionalismo se extreme más (todavía) y de que la izquierda haga oposición ruidosa en su apoyo, convocando viejos fantasmas frente populistas, o incluso imposibilite en la práctica el 155 si con los nacionalistas suma una mayoría en el Senado (este culminará su renovación, en un segundo momento, con los senadores autonómicos designados después del 26 de mayo).
Para Cantabria, la 'situación Sánchez' la relegaría en unos planes nacionales volcados en Cataluña. La situación de centro-derecha también muestra riesgos latentes: quizá quienes apliquen el 155 quieran compensar con inversiones de más un autogobierno de menos. Y por supuesto no podrán desatender el laboratorio andaluz ni otras grandes comunidades. Y aunque el regionalismo cántabro hace bien en optar a escaños nacionales, si llegara el caso de tener que decidir entre los 21 artículos de Puigdemont y el 155 de la Constitución, podría salir zumbando Carrera de San Jerónimo abajo, para esconderse en la cafetería del Thyssen-Bornemisza. Pues no sabría explicar en Cantabria ni la indefinida suspensión de una autonomía ni su conversión en un indefinido privilegio. Podría darse la paradoja de que la primera decisión de su historia en unas Cortes fuera presentar el parte médico de baja. Y es que ya no es posible sostener una idea clara de Cantabria sin tenerla también clarísima de España. Esta cuarta claridad es imprescindible, y exigible a todo candidato doméstico por venir.
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Ana del Castillo
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