Secciones
Servicios
Destacamos
El estallido social en Cuba puede interpretarse como un efecto de la pandemia y las repercusiones que todos estos meses de incertidumbre y dolor han provocado en la debilitada ciudadanía cubana. Como un efecto que sucede en el tiempo a los recientes altercados en Colombia ... y que ha precedido a los brotes de vandalismo en Suráfrica, en los tres casos, hechos identificables como movimientos críticos contra la pobreza y la agonía de unas clases sociales deshechas por la enfermedad y carentes de recursos para afrontar la recuperación. Pero los analistas que interpretan las protestas en esta clave global, como si fuera una reproducción de la primavera árabe y se tratara ahora de una manifestación del otoño de la pandemia, olvidan que la realidad cubana viene marcada por la implantación y persistencia de una dictadura oscura que oprime las libertades y que viola los derechos humanos desde hace ya más de seis décadas.
Nacida comunista en los años de la guerra fría, enrocada dos décadas más en el sistema castrista-chavista durante el cambio de milenio, como si fuera un último personaje comunista en busca de autor, y ahora, desde que el orden internacional se ha transformado en una competición entre potencias, incorporada a cualquier propuesta autoritaria antiliberal, venga ésta de donde venga: China, Rusia, Centro Asia o el Caribe. Cualquier lugar, cualquier propuesta le vale a Díaz Canel para mantener el régimen dictatorial y el discurso frentista e incriminatorio contra los Estados Unidos, el gran enemigo democrático, refugio de los disidentes cubanos y foco de las libertades.
No hubo nada quijotesco en la revolución comunista cubana. Sobrevino una dictadura en los años 60 que sirvió entonces y ha servido después para que el festival propagandista y cultural de la extrema izquierda autoritaria y antidemocrática construyera una serie de símbolos del país (Fidel Castro, el Che, el embargo...) para fortalecer su mensaje y así subsistir. A costa del bienestar de los cubanos, de los padres de los manifestantes en el pasado, y hoy, aún con peores condiciones económicas, en las calles detenidos los hijos de la falsa revolución.
Entremedias, las protestas de 1994 y los balseros, que huyeron de la isla con mejor suerte que los estudiantes de Tiananmeng, pensando equivocadamente unos y otros antes de huir y de morir, que el final del comunismo significaría el final de la dictadura y menospreciando la capacidad de los partidos todopoderosamente autoritarios en su anhelo de permanecer. El petróleo venezolano, el renovado discurso del socialismo bolivariano y la longevidad de los hermanos Castro, proporcionaron el oxígeno suficiente para trasladar al régimen a los años de la globalización y después al escenario de la competencia entre potencias, en el que los cubanos se encuentran atrapados sin posibilidad de decidir si prefieren seguir siendo un pueblo sin voz, o la voz de unos intereses que en la mayor parte de los casos no son los suyos, si no de mandatarios y sistemas lejanos e indeterminados.
En el discurso de Díaz Canel ha aparecido el concepto del doble rasero, elaborado desde Beijing y Moscú para contrarrestar la estrategia de las potencias democráticas de enarbolar el argumento de los derechos humanos para cercenar el poder y la acción de los autoritarismos a nivel global. Pero el doble rasero es una narrativa bien conocida por el pueblo cubano. En sus carnes vive la paradoja de estar luchando a través de su pobreza y marginación, contra un enemigo único y común que son los Estados Unidos, cuando los países democráticos avanzan en la esencia del progreso que son las libertades, mientras conforman unas ideas que han adelantado a las ideas proto comunistas por la derecha y por la izquierda y que consisten en reconocer y diferenciar entre los valores del pueblo y de los ciudadanos, y los intereses de los regímenes y los tiranos.
Cuba se enfrenta de nuevo a la exigencia de avanzar en el desarrollo de la libertad política, auspiciada también por la Unión Europea. El mensaje de apoyo que reciben los manifestantes se ha convertido en una llamada a la transición ordenada hacia un sistema democrático y, por tanto, distinto del actual, generoso y capaz de integrar a la sociedad cubana en un nuevo orden internacional donde los cubanos dejen de ser un símbolo de una fallida revolución para convertirse en un símbolo de la concordia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.