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Vox se presentaba en sus orígenes más como un partido al uso que como un contrapartido con residuos de la pasada dictadura. Entre sus argumentos estaba luchar contra la pésima imagen que con tanta frecuencia ofrecen los conflictos internos dentro de las formaciones democráticas ortodoxas ... y poner fin a lo que el franquismo tanto criticaba bajo el argumento de la anarquía que el multipartidismo -como lo describía despectivamente- propiciaba en la sociedad española.
Y lo cierto es que durante algún tiempo Vox ofreció la imagen, que le proporcionó buenos réditos electorales, de seriedad y coherencia fascistoide dentro de una organización tan repudiada por la inmensa mayor parte de los españoles que prefieren la libertad y el respeto riguroso a los principios de la Constitución. Pero, como suele ocurrir a menudo, la suerte no se perpetúa en una actividad tan variable como es la política parlamentaria y Vox empezó a demostrar que en cuestión de problemas internos no era una excepción.
Sus éxitos en las elecciones generales y autonómicas en comunidades como Murcia o Castilla y León se eclipsaron en las andaluzas, donde habían puesto tantas ilusiones, y lo mismo sus dirigentes como una parte de su militancia se sumaron a la tradición de empezar a expresar las discrepancias internas, siempre detrás de las ambiciones por situarse en puestos preferentes o en listas electorales con mejores perspectivas personales más que partidarias de ganar.
Pero la unanimidad, un aspecto en el que cimentaban su diferencia, duró poco. Toda la unidad y docilidad interna que se alardeaba desde la sede central del partido se rompió cuando una de sus lideresas, Macarena Olona, fracasó en sus pretensiones de convertirse en vicepresidenta de la comunidad andaluza. El fracaso le produjo tal cabreo, impropio por cierto de su alta condición profesional de abogada del Estado, que rompió con el partido, se enzarzó en polémica pública con su cauteloso presidente Santiago Abascal, y ya proyecta un nuevo partido. Para los demócratas ortodoxos, que somos muchos, la verdad es que no preocupa demasiado que a Vox le surja competencia en su ámbito. Mientras tanto, parece que la rebelión de Olona no es el único rifirrafe que perturba las aspiraciones del partido ante las elecciones autonómicas. Hasta uno de sus dirigentes más conocidos, Ortega Smith, ha estado siendo cuestionado internamente por lo que se describe como su carácter atrabiliario que, además de crear enfrentamientos entre sus socios, espanta a votantes.
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