I+D: otra cuenta pendiente
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Con los datos actuales y pese a las muchas fortalezas es difícil ser optimista tanto en España como en CantabriaSin llegar al extremo que algunos intelectuales sostienen, pues es evidente que en todos sitios cuecen habas, no hay ninguna duda de que el nuestro ... es un país que tiene numerosas cuentas pendientes, las más importantes consigo mismo. En el plano económico, que es del que aquí me ocupo, hay por lo menos dos que claman al cielo: el tradicional mal funcionamiento del mercado de trabajo y la poca atención que, como sociedad, prestamos a la investigación. Aunque sobre ambas cuestiones he escrito en varias ocasiones, y me temo que seguiré haciéndolo, hoy me toca referirme de nuevo a la segunda, al interés y preocupación que despierta entre nosotros todo lo relacionado con la I+D.
La causa que motiva esta atención, en el caso de que hiciera falta alguna, no es otra que la reciente publicación, por parte del INE, del gasto dedicado a I+D en 2019. Aun cuando la noticia más destacada por la institución estadística es el aumento del mismo en algo más del 4% (y un crecimiento continuado desde 2014), lo cierto es que ello no puede ocultar que, en conjunto, seguimos bajo mínimos. Con una cifra que se sitúa en torno al 1,25% del PIB nacional, el gasto en I+D español está muy por debajo de la media europea y, por supuesto, muy lejos del porcentaje que dedican los países que prestan más atención a esta cuestión (Suecia, Japón, Austria, Alemania, etc.) y que, por lo tanto, son los más desarrollados y, usando el término en boga, más resilientes.
Aparte del reducido porcentaje del PIB dedicado a I+D, hay dos problemas adicionales que también precisan de urgente atención. Por un lado, tenemos una distribución del gasto por sectores de ejecución mucho más escorada hacia el sector público que nuestros principales competidores. El comparativamente menor peso de la I+D privada (el 56,1% del total) se explica, sobre todo, por el menor tamaño medio de nuestras empresas y por los escasos incentivos públicos que las mismas reciben para embarcarse en tareas que, aunque muy rentables a largo plazo, en el corto y medio añaden más a la columna de pagos que a la de ingresos. El primum vivere deinde philosophari -que, según dicen, acuñó Hobbes- se ajusta como un guante, por necesidad o por elección, al comportamiento de muchas de nuestras empresas.
Nuestro segundo problema proviene de la distribución regional del gasto en I+D, que es muy desigual, mucho mayor que la existente en materia de PIB per cápita. En efecto, mientras que, en relación con este último, la comunidad más rica de España, la madrileña, dobla los ingresos por habitante de la más pobre, la extremeña, las diferencias se amplían considerablemente en lo que atañe a qué parte del PIB se dedica a I+D. En este caso, la comunidad más volcada hacia la investigación, la vasca, gasta en I+D cinco veces más por habitante que la que menos, la comunidad balear. Si la comparación la hiciéramos entre las citadas Madrid y Extremadura, el resultado sería que la primera dedica una parte de su PIB que es casi tres veces mayor que la de la segunda. La justificación, en todos los casos, se sustenta, en concreto, en dos factores: por un lado, en la muy desigual estructura productiva de las regiones, muy industrial en los casos vasco y madrileño, y muy orientada hacia el turismo en el balear (y en el canario, que es la segunda comunidad que menos dedica a I+D), con una fuerte impronta del sector primario en el extremeño; y, por otro, en el mayor tamaño de las empresas en el País Vasco y Madrid que en los dos archipiélagos y Extremadura.
Dicho esto, se preguntarán ustedes, ¿qué pasa en Cantabria? Pues, la verdad, es que poca cosa; por desgracia y como viene siendo habitual en esta materia, nuestro gasto en I+D como porcentaje del PIB está muy por debajo de la media nacional (0,83 frente a 1,25), la cual, como se apuntó previamente, es muy baja en relación a la media europea. (en torno a un punto menos). Además, y pese a lo mucho que se habla de revertir la tendencia, este porcentaje no ha hecho más que descender desde 2010, cuando, gracias al esfuerzo púbico y con una cifra del 1,23%, alcanzamos el máximo de los últimos tiempos. Así las cosas, y pese a las muchas fortalezas con que contamos, es difícil ser optimista, tanto en España como, aún más, en Cantabria.
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Ana del Castillo
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