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Casi todos los que vivimos en China conocemos a alguien cuyo «hermano» (aunque tal vez sea su primo tercero) sufre, con extraña regularidad, accidentes ... de circulación que le obligan a desagendar reuniones, rechazar amablemente una invitación o, sencillamente, ausentarse oportunamente de un compromiso. Esas historias más o menos increíbles con las que regatear la verdad y adornar una excusa son los celebérrimos «cuentos chinos».
En Occidente, el auge de las redes sociales, el crecimiento de los movimientos antisistema, el declive galopante de la confianza ciudadana en las instituciones políticas y la progresiva competición entre grupos de poder, ha alimentado todo tipo de cuentos chinos y teorías conspiranoicas, empezando por el brote de la pandemia: ¿Ha contado China la verdad sobre el virus, su origen y control? Líderes mundiales de la talla y la visibilidad de Trump, Putin, Bolsonaro o Khamenei, han azuzado esas teorías en torno al origen humano del covid, al empleo del mismo como arma biológica en un clima de confrontación parabélico entre EE UU y China o a ciertas «recetas» para control de la pandemia.
Para muchos, la verdadera epidemia que ha llegado para quedarse, y que el covid 19 ha espoleado, es la del miedo. El miedo es una eficaz respuesta biológica que sirve a nuestra supervivencia. Es un sentimiento muy potente, pero su toxicidad es también muy grande pues el 60% de los miedos son infundados y, en un 30% de los casos restantes, no hay nada que se pueda hacer para evitar eso que se teme. La neurociencia ha demostrado que el cerebro emplea hemisferios diferentes para procesar las noticias buenas y las malas, dedicando a estas últimas un análisis mucho más exhaustivo y meticuloso. Por esta y otras razones, el miedo vende mucho. Los medios de comunicación lo saben y eso explica el «doomscrolling» o «adicción a las noticias catastróficas» que inundan periódicos y telediarios: las malas noticias se fijan en nuestra mente durante tres veces más tiempo que las buenas. El miedo libera adrenalina y esta, aunque su origen sea algo negativo, genera una sensación paradójicamente satisfactoria y adictiva. Así, una fuente inagotable de miedo es la incertidumbre: el desconocimiento de lo que va a pasar a continuación y la falta de esperanza en que el futuro vaya a traer buenas noticias.
Para colmo, el contacto físico y social, que actúa habitualmente como atenuante del miedo, ahora nos falta. Esta epidemia nos ha encerrado en casa y nos ha puesto a merced de un microrganismo sin sentimientos que ha anulado gran parte del control que teníamos sobre nuestra vida y nuestras relaciones interpersonales. Este tipo de situaciones anómalas de estrés, ansiedad o miedo son el caldo de cultivo ideal para caer en manos de las conspiraciones. Como explica el pensador israelí Harari, estamos diseñados para narrarnos la vida a través de historias: cuando un elemento invisible, desconocido y peligroso, como el covid, nos amenaza necesitamos contarnos una historia que nos ayude a hilar, explicar y justificar lo que nos está pasando. Necesitamos encontrar un relato, un patrón causa-efecto que narre lo que nos sucede, que dé sentido a nuestros padecimientos y a nuestras desgracias. Por descabellado que sea el relato, es siempre mejor que la arbitrariedad. Es mejor creer en un dios furioso que en el puro azar.
Las elucubraciones tienen temáticas, sabores, colores y alcance para todos los gustos: la que afirma que la tecnología 5G es el vehículo empleado por los chinos para esparcir el virus por todo el globo; aquella que dice que el covid19 se puede curar con agua de ajo hervida, limón y bicarbonato o que Bill Gates tiene un proyecto de dominación mundial a través de vacunas que alteran el código genético; otra que defiende que una élite secreta satánica gobierna EE UU y ha planeado la pandemia.
En fin, un infinito etcétera de cuentos chinos sin evidencia científica sólida. Lo cierto es que los acontecimientos históricos siempre suceden de manera interconectada, con bloques geopolíticos dispuestos a manejar la información (antes, durante y después de cada crisis) en favor de sus propios intereses. Pero la llegada de las redes sociales ha hecho que las historias reales y las ficticias sean difíciles de distinguir. Hoy en día, la complejidad del mundo en que vivimos hace más necesario que nunca el contrastar concienzudamente la información para construir un criterio propio y un sentido crítico que nos libre de la estupidez, la ignorancia y el adocenamiento. Lo que no es ningún cuento, por ejemplo, es que los chinos ya han enviado al espacio su primer satélite para implantar la tecnología 6G, mientras en el resto del mundo discutimos sobre si los ladridos son de galgos o podencos. Los verdaderos peligros y retos del siglo XXI están detrás del ruido y de la cortina de humo. No perdamos el foco.
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Ana del Castillo
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