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La herida que está causando el coronavirus en la sociedad es algo más que un problema médico, porque está afectando profundamente a nuestro modo de vida, y necesitamos volver a la normalidad. Necesitamos un tratamiento que logre detener la infección descontrolada causada por el coronavirus, y una vacuna para protegernos contra él, y lo queremos todo cuanto antes. Pero tenemos que ser capaces de sopesar si la urgencia lo justifica todo.
El gran ensayo clínico con el remdesivir del Niaid, el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas estadounidense, comenzaba a arrojar resultados prometedores. Los pacientes que recibían el remdesivir dejaban de necesitar oxígeno y se recuperaban antes que los del grupo que recibía el placebo. Aunque el ensayo estaba a medias, los responsables decidieron darlo por concluido y empezar a suministrar el remdesivir también al grupo de placebo, con la loable intención de mejorar su pronóstico.
La interrupción del ensayo clínico ha sido una oportunidad perdida para descubrir la eficacia real del remdesivir sobre factores como la mortalidad asociada al coronavirus o la gravedad del paciente tras el tratamiento. Además, al recortar drásticamente el número de pacientes del ensayo, las dudas sobre los efectos secundarios del tratamiento o incluso sobre la idoneidad del mismo no se han despejado. Problemática que debemos tener muy en cuenta, porque la decisión de concluir el ensayo en estas condiciones ha convertido de momento al remdesivir en el fármaco de referencia para tratar la Covid-19, a pesar de la incertidumbre científica generada.
La justificación de las autoridades médicas ha sido la obligación ética de ofrecer a los pacientes un tratamiento que ofrece beneficios, aunque sean mínimos, y la ausencia de una alternativa terapéutica.
Con las mismas dudas nos vamos a enfrentar al desarrollo de las vacunas. La sensación de urgente necesidad de las mismas está haciendo que se recorten en lo posible todos los plazos para que la vacuna esté disponible cuanto antes. Sin embargo, eso puede afectar a la seguridad de la misma, o puede hacer que se apruebe el uso de una vacuna de escasa efectividad ante la ausencia de alternativa en ese momento.
No tenemos más remedio que ser prudentes, la presión para conseguir una solución lo más rápido posible es enorme, pero tomar atajos puede acabar generando problemas mayores que los que se pretenden solucionar.
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