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Solo era cuestión de tiempo, por lo que esto es la crónica de un accidente anunciado y denunciado antes de producirse. Interior de los Jardines de Pereda ... , viernes 3 de junio, pasadas las siete de la tarde. Una bicicleta, una de las muchas que asaltan tan céntrica zona ante la pasividad municipal, atropella a una señora, quizá ignorante de que pasear por donde debe, las aceras y los parques, es un ejercicio arriesgado en Santander. La mujer cae al suelo. Sangra. Llega la Policía Local y una ambulancia. Los policías toman declaración al chico de la bici y los sanitarios atienden a la señora. Poco después, vuelve la anormal normalidad en una ciudad que funciona al revés. Se va la ambulancia, se van los policías, y no tardan las bicicletas en rodar de nuevo a gran velocidad y haciendo cabriolas entre la gente. Así, hasta el próximo suceso, tal vez más grave, tal vez mortal.
Le culpan a la alcaldesa. Lo hicieron quienes presenciaron el atropello, porque no es el primero ni será el último. Reprochan la ausencia de liderazgo y de firmeza para terminar con esta plaga. Es imposible la convivencia en las aceras entre patinetes, bicicletas y peatones, y hay que optar. O bicicletas y patinetes o peatones. No censuran una gestión global, si bien parece innegable que la ciudad limpia, educada y segura es hoy peligrosa, sucia y cabreada. Los cafres en dos o cuatro ruedas siembran el terror, porque circulan por donde les sale, y se le pide a la alcaldesa que se acerque cualquier tarde al anfiteatro del Centro Botín, un suponer, para ver lo cierto de lo que demanda el ciudadano de a pie. Poco camino se andará si los policías se limitan a mirar y advertir. Es necesaria una vigilancia continua, al menos durante unos días, para darle tranquilidad al peatón.
Lo que tampoco tiene un pase, alcaldesa Igual, es lo de algunos hosteleros. No se puede responder a los vecinos que los denunciados cumplen la normativa. No es verdad. Y si lo es, será porque existe una ley desconocida que permite la expulsión de las aceras de ancianos, niños, minusválidos e invidentes en favor de barriles, armarios y repisas. Anuncian los diarios el aumento de sanciones a los establecimientos infractores, pero la cuantía debe ser escasa. Da la impresión de que resulta más rentable pagar esa sanción, y exponerse a otra, que prescindir de los ingresos proporcionados por las mesas ilegales, vueltas a colocar en cuanto desaparecen los policías. La solución es fácil, pero hay que aplicarla. «Multa gorda», decían los guardias simpáticos de las historietas del gran Ibáñez. Y si reinciden, multa mayor aún, antes de adoptar medidas más radicales.
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Ana del Castillo
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